Turturarlo hasta matarlo.
La imagen de Sebastián con sus gemelos de cuatro meses en brazos, ambos recostada la cabecita en el hombro de su padre, fue como ver un lienzo maravilloso, el más hermoso de todo el universo, una obra perfecta que ningún artista podría jamás replicar con pincel o cámara.
El contraste entre la fortaleza de sus brazos masculinos y la delicada fragilidad de aquellos pequeños seres era simplemente sobrecogedor.
Los ojos de Stella, que se encontraba en la cama aún desnuda por la noche pasional que había tenido con Sebastián, esa reconciliación tan anhelada después de tantos meses de distancia y dolor, se llenaron de lágrimas cristalinas ante la magnitud de la emoción que se desató como un torrente incontenible en su interior, ante tal imagen preciosa que jamás podría borrarse de su memoria.
La luz matutina que se filtraba por las cortinas bañaba la escena con un resplandor casi divino.
Era maravillosamente hermoso, casi irreal, contemplar a Sebastián con sus dos hijos acunados contr