Me dolió.
Gabriel no supo en qué momento la perdió de vista.
Una hora antes, Isabella deslumbraba bajo las luces del West Palace como si el evento entero le perteneciera. Moviéndose entre socios, políticos y prensa con una gracia que convertía cada palabra suya en oro y cada gesto en autoridad.
Pero ahora… nada.
Nadie parecía haberla visto irse, o al menos eso pensaba Gabriel.
—¿La señora Deveraux? —preguntó Gabriel a Sofía, que terminaba de hablar con uno de los jefes de cocina.
Ella lo miró con un brillo incómodo en los ojos. Un titubeo leve, como si las palabras le supieran a hierro.
—Se retiró hace un rato. Estaba agotada —dijo, como si no lo hubiera sido él quien debió saberlo antes, como si la ausencia de Isabella fuese algo que todos notaron menos Gabriel.
Gabriel no respondió, solo asintió, pero el vacío en el pecho se expandió como una grieta incomprensible, como si algo más profundo que la simple ausencia de Isabella lo hubiese empujado a subir hasta esa suite.
No sabía por qué, pero a