Victoria.
El hospital era un hervidero de voces, pasos apresurados y órdenes cortantes que resonaban en los pasillos como tambores de guerra.
Las luces blancas se multiplicaban en las paredes frías, mientras los médicos y enfermeras rodeaban a Isabella, que comenzaba a quejarse con jadeos entrecortados, sintiendo cómo cada contracción la acercaba más al límite.
Estaba a nueve de dilatación y el momento había llegado, ese instante que había imaginado con temor y esperanza al mismo tiempo.
Gabriel no se apartó de ella ni un solo instante.
La tenía tomada de la mano con desesperación silenciosa, como si en ese contacto estuviera su vida entera.
El traje impecable de CEO había quedado en el olvido; su corbata torcida, la frente perlada de sudor y el temblor en sus labios lo mostraban en su verdad más desnuda, un hombre con los nervios en su máximo punto, temblando de amor, de miedo y de un fervoroso deseo de no fallarle.
—Gabriel… —Isabella gimió entre jadeos y una pequeña sonrisa, con la frente cu