El final de nuestra historia.
En la entrada de la notaría, una multitud se aglomeraba como un río humano agitado y ruidoso, moviéndose con la ansiedad de quien presiente que está a punto de presenciar un acontecimiento irrepetible.
Periodistas, fotógrafos y curiosos se empujaban unos a otros, alzando cámaras y celulares en busca de la mejor toma.
Los flashes estallaban como relámpagos, iluminando rostros expectantes y pancartas con titulares amarillistas que hablaban del escándalo Moretti-Deveraux.
Dentro de la lujosa camioneta negra estacionada frente al edificio, Isabella respiró profundamente, tratando de apaciguar la tormenta que rugía en su pecho.
Sentía cómo la emoción y los nervios se entrelazaban como olas desbordadas, pero en sus ojos permanecía encendida una llama firme.
El traje marfil impecable que vestía, ceñido en la cintura y de líneas elegantes, realzaba la fuerza de su silueta y la delicadeza de su porte. Cada detalle había sido elegido con precisión, no para agradar a la prensa, sino para enviar