Aquí estoy.
Gabriel sintió un hormigueo en el pecho que lo dejó sin aire por un instante, como si las palabras de Isabella hubieran abierto una grieta inesperada en su coraza.
Sus manos se humedecieron de pronto, la garganta se le cerró como si una cuerda invisible lo apretara, y en su mente solo hubo un pensamiento insistente que lo sacudía desde dentro, obligándolo a reconocer lo que había deseado escuchar durante tanto tiempo.
"Al fin, lo ha aceptado."
No era solo una palabra, no era un simple capricho del momento.
Era la prueba de que le importaba, de que no era indiferente, de que debajo de toda esa coraza había fuego.
Y ese fuego lo llenaba de un vértigo tan dulce como peligroso, una mezcla de alivio por descubrirse correspondido y de temor a perder lo que apenas comenzaba a asomar.
—¿Celosa? —Gabriel ladeó el rostro con una lentitud medida, como si saboreara la palabra antes de soltarla del todo, y una sombra de sonrisa se insinuó en sus labios—. ¿Isabella Deveraux me está celando? —pregun