Julieta se quedó inmóvil frente a la mesa, sin saber si avanzar o retroceder. El corazón le latía con fuerza, no solo por su embarazo sino por la tensión del momento. Aquella escena la conmovía, pero se obligó a mostrarse malhumorada. Era más seguro mantener la máscara que dejarse arrastrar por la nostalgia.
El comedor estaba en penumbra. Las velas dibujaban sombras titilantes sobre la pared y el mantel blanco parecía una isla en medio de un mar oscuro. Los cubiertos relucían, pero aquel brillo no lograba borrar las cicatrices invisibles que pesaban entre ellos.
—¿Dónde están todos? —Preguntó con frialdad, evitando su mirada, como si necesitara a otros de testigos para no sentirse vulnerable.
Kenji respiró hondo. Su voz salió más baja de lo que esperaba.
—Estamos solos. Solo tú y yo. —Ella dio media vuelta, con la intención de irse antes de que su voluntad flaqueara.
—Entonces me voy. —Kenji la detuvo con suavidad, tomando su brazo sin apretar, un gesto tan diferente al Kenji impulsiv