Nevan
Seguido por Nivi, llevé a mi solecito a su habitación y, tras recostarla en la cama, le tomé la temperatura.
Ella parecía estar bien físicamente, pero su alma estaba rota. Puse mi palma sobre su frente y usé mi habilidad para refrescarle la piel, pues ella estaba húmeda por el sudor.
Y me sentí un imbécil.
—No debí decirte nada. Todo esto es mi culpa —susurré, arrepentido.
Si yo hubiese tenido la certeza de lo que sufrió, le habría evitado este mal momento.
—Kaia, preciosa, abre los ojos, por favor —le supliqué mientras le daba pequeñas sacudidas. Me percaté de que fueran suaves, de no lastimarla de ninguna forma.
Ya lo había hecho con mis palabras...
Apreté los ojos y los puños, impotente, y el cosquilleo en mis ojos anunció lágrimas, esas que me eran difíciles de sacar, pero que Kaia tenía el poder de atraer.
Eran gotas de puro dolor, de frustración, ira...
—¿Por qué? Tú siempre has sido una chica alegre; traviesa, sí, pero dulce y sin malicia. No merecías eso, solecito, y yo