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Un disparo rompió el silencio como un relámpago en medio de la tormenta.El eco de la detonación pareció sacudir las paredes, congelar el tiempo.Sergio se quedó inmóvil un segundo, con la sorpresa pintada en los ojos.Luego se dobló hacia adelante con un gruñido sordo, como si el aire hubiera sido arrancado de sus pulmones.El ardor lo atravesó desde el abdomen hasta la espalda como fuego líquido, haciéndolo caer de rodillas.Sus manos buscaron instintivamente el origen del dolor, y al tocarse el costado, la sangre brotó caliente y espesa, empapándole los dedos. Su respiración se volvió entrecortada, temblorosa. Miró hacia arriba, confuso, con una mezcla de horror y súplica en el rostro.—¡Ariana…! —gimió, con voz rota, como si pronunciar ese nombre pudiera salvarlo de la muerte que ya le rozaba los talones.Frente a él, Marfil temblaba, con los ojos nublados por lágrimas ardientes.La pistola aún humeaba en su mano. Su pecho subía y bajaba con violencia.No era el miedo lo que la sa
El pasillo del hospital olía a desinfectante y miedo. Marfil estaba sentado al lado de la cama de Imanol, sin soltar su mano en ningún momento, como si el más mínimo descuido pudiera arrancárselo otra vez.No hablaba mucho. Apenas parpadeaba. Su cuerpo estaba allí, pero su mente vagaba entre las sombras de lo vivido, como si todo fuera parte de una pesadilla interminable.Imanol abrió los ojos despacio, notando la tensión en los dedos de Marfil.Quiso hablar, pero solo alcanzó a susurrar su nombre.—Marfil…Ella lo miró de inmediato, sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no lloró.Solo lo miró, como si confirmar que él seguía respirando fuera suficiente para mantenerse en pie.—Estoy aquí —dijo ella en voz baja—. No me iré. No otra vez.Cuando la puerta se abrió, Marfil se sobresaltó.Por un instante, pensó que alguien más vendría a hacerles daño.Pero entonces vio a Freya. La mujer cruzó la habitación con pasos temblorosos, y sin decir nada más, abrazó a Marfil con fuerza.—¡Dios mí
Marfil abrió los ojos lentamente, desorientada.Una luz suave se colaba por la ventana, iluminando la habitación con tonos cálidos.La noche, esa noche oscura y dolorosa, había terminado.Parpadeó un par de veces, intentando enfocar su mirada. Su cuerpo estaba débil, pero su corazón palpitaba con fuerza, como si le recordara que aún estaba viva.Miró a su alrededor, confundida al principio.No sabía en qué lugar se encontraba hasta que sus ojos se posaron en él.Imanol estaba allí, dormido en un sofá junto a su cama, su rostro sereno pese a los vendajes y moretones.Marfil se enderezó de inmediato, ignorando el leve mareo que la invadió.—Imanol... —murmuró con voz ronca—. Debes descansar.Él se despertó al instante, como si su alma hubiera respondido a la suya.Al verla despierta, sonrió ampliamente, y esa sonrisa, tan verdadera, tan cálida, derritió cualquier rastro de miedo en el pecho de Marfil.—¡Mi amor! ¿Cómo te sientes? —preguntó con ternura, tomando su mano con suavidad.Marf
Lynn fue dada de alta esa mañana.Su cuerpo aún dolía, pero lo que más pesaba era el vacío en su pecho.La herida emocional seguía abierta, palpitante, casi tan intensa como la física.Apenas colocaron el alta médica en sus manos, supo exactamente a dónde quería ir.—Hija, no tienes que verlo —le dijo Freya, con voz suplicante mientras la ayudaba a vestirse—. Piensa en tu bebé. No vale la pena.—Tengo que hacerlo, Freya… es por mi bien —respondió Lynn, con voz firme pero quebrada.No era terquedad. Era necesidad. Era duelo. Era cierre.Freya suspiró, derrotada por el dolor ajeno.Al final, asintió con lentitud y dejó que Lynn avanzara sola.Los pasillos del hospital parecían interminables. Cada paso de Lynn era lento, vacilante.Sentía como si su corazón se partiera un poco más con cada metro que recorría.El eco de sus pasos se mezclaba con el zumbido de las luces fluorescentes, con los recuerdos que la asaltaban como cuchillas silenciosas.Las noches llorando, las palabras dulces qu
La mañana era tibia, perfumada por el olor a eucalipto que provenía del jardín trasero del hospital.Imanol, Marfil y Lynn fueron dados de alta.Sus cuerpos aún dolían, pero el alma comenzaba a sanar.Salieron juntos, en silencio, como si las palabras no alcanzaran para nombrar todo lo que habían vivido.Solo querían llegar a casa, lejos de todo ese lugar que les recordaba sangre, miedo y traición.Miranda, por decisión propia, se quedó atrás.Arturo aún no despertaba, pero ella lo haría. Lo esperaría, como una promesa callada que el tiempo nunca logró borrar.Cuando Arturo abrió lentamente los ojos, lo primero que vio fue el rostro dormido de Miranda, recostado con dulzura sobre el borde de su cama.Su corazón dio un vuelco. Era ella. No era un sueño, no era una ilusión de su mente dopada.Era Miranda. Viva, real, y ahí con él.Una lágrima se deslizó por su mejilla.Había soñado con volver a tenerla cerca, pero al mismo tiempo, había temido perderla para siempre.Pensó en esos tres a
Días después…El estruendo de los flashes y los murmullos del público llenaban el aire tenso del tribunal.La figura de Sergio Torrealba, antes imponente y altiva, lucía irreconocible.Con la cabeza gacha, los hombros caídos y una palidez que borraba todo rastro de arrogancia, ahora parecía un hombre al borde del abismo.Sus ojos vacíos no parpadeaban mientras lo escoltaban al estrado. El juicio había comenzado.Su abogado, uno de los más feroces y caros del país, intentó defenderlo con uñas y dientes.Pero ya no había millones para comprar voluntades, ni favores que intercambiar por silencio. Todo su dinero había sido congelado, cada cuenta cerrada, cada propiedad embargada.El poder que tanto disfrutó se le había escapado de las manos como agua entre los dedos.—No queda nada —susurró su abogado al oído, con resignación amarga—. Prepárate.Y Sergio lo sabía.Aunque las pruebas eran una mezcla de verdades y manipulaciones, el resultado era irrefutable.Eran tan contundentes, tan cuid
Meses despuésLa sala estaba en silencio, apenas interrumpida por el zumbido suave del monitor de ultrasonido.Marfil yacía recostada, su mano entrelazada con la de Imanol.El médico movía el transductor con cuidado sobre su vientre redondeado. La imagen en la pantalla parpadeó… y allí estaba: su pequeño milagro.Su hijo. Su bebé de veinte semanas.—Aquí está —dijo el médico, señalando la forma definida—. Es un varón.Las lágrimas brotaron de los ojos de Marfil.Pero esta vez no eran lágrimas de miedo ni de pérdida. Eran de gozo. De alivio. De esperanza.Se cubrió la boca con una mano temblorosa, incapaz de hablar.Imanol la miró con adoración y le besó la frente con ternura.—Es hermoso —susurró—. Como su madre.El corazón de Marfil latía con fuerza.Apretó la mano de su esposo y, por un momento, todo lo oscuro quedó atrás.Habían luchado tanto… y ahora, por fin, la vida les ofrecía una nueva oportunidad.Cuando salieron de la clínica, no fueron directo a casa.Fueron a la oficina de
—¡Qué hermoso! ¿Ya eligieron los nombres? —exclamó Freya, emocionada, con las manos unidas sobre el pecho.Imanol y Marfil se miraron, compartiendo una sonrisa silenciosa, esa que solo se da entre dos personas que ya lo han hablado todo con los ojos.—Bueno —dijo Imanol—, hemos pensado en llamarlo Octavio.Freya se quedó quieta por un momento, conteniendo el aliento. Sus ojos se humedecieron sin que ella pudiera evitarlo.—Ese… era el nombre de mi padre.Su voz tembló de emoción.Caminó hasta Marfil y la abrazó con ternura.—Gracias… No sabes lo que significa para mí. Octavio era un buen hombre. Fue mi refugio en los peores tiempos. Qué hermoso homenaje.Marfil la abrazó con fuerza, sintiendo el corazón tan lleno que le dolía.—Y tú, Lynn… ¿Cómo llamarás a tu princesita?Lynn dudó un instante, como si aún guardara el nombre solo para sí, como un pequeño secreto sagrado.Luego lo dijo en voz baja, pero con una firmeza dulce.—Luciana.El nombre flotó en el aire como una promesa. Todos