Un disparo rompió el silencio como un relámpago en medio de la tormenta.
El eco de la detonación pareció sacudir las paredes, congelar el tiempo.
Sergio se quedó inmóvil un segundo, con la sorpresa pintada en los ojos.
Luego se dobló hacia adelante con un gruñido sordo, como si el aire hubiera sido arrancado de sus pulmones.
El ardor lo atravesó desde el abdomen hasta la espalda como fuego líquido, haciéndolo caer de rodillas.
Sus manos buscaron instintivamente el origen del dolor, y al tocarse el costado, la sangre brotó caliente y espesa, empapándole los dedos. Su respiración se volvió entrecortada, temblorosa. Miró hacia arriba, confuso, con una mezcla de horror y súplica en el rostro.
—¡Ariana…! —gimió, con voz rota, como si pronunciar ese nombre pudiera salvarlo de la muerte que ya le rozaba los talones.
Frente a él, Marfil temblaba, con los ojos nublados por lágrimas ardientes.
La pistola aún humeaba en su mano. Su pecho subía y bajaba con violencia.
No era el miedo lo que la sac