Meses después
La sala estaba en silencio, apenas interrumpida por el zumbido suave del monitor de ultrasonido.
Marfil yacía recostada, su mano entrelazada con la de Imanol.
El médico movía el transductor con cuidado sobre su vientre redondeado. La imagen en la pantalla parpadeó… y allí estaba: su pequeño milagro.
Su hijo. Su bebé de veinte semanas.
—Aquí está —dijo el médico, señalando la forma definida—. Es un varón.
Las lágrimas brotaron de los ojos de Marfil.
Pero esta vez no eran lágrimas de miedo ni de pérdida. Eran de gozo. De alivio. De esperanza.
Se cubrió la boca con una mano temblorosa, incapaz de hablar.
Imanol la miró con adoración y le besó la frente con ternura.
—Es hermoso —susurró—. Como su madre.
El corazón de Marfil latía con fuerza.
Apretó la mano de su esposo y, por un momento, todo lo oscuro quedó atrás.
Habían luchado tanto… y ahora, por fin, la vida les ofrecía una nueva oportunidad.
Cuando salieron de la clínica, no fueron directo a casa.
Fueron a la oficina de