Marfil abrió los ojos lentamente, desorientada.
Una luz suave se colaba por la ventana, iluminando la habitación con tonos cálidos.
La noche, esa noche oscura y dolorosa, había terminado.
Parpadeó un par de veces, intentando enfocar su mirada. Su cuerpo estaba débil, pero su corazón palpitaba con fuerza, como si le recordara que aún estaba viva.
Miró a su alrededor, confundida al principio.
No sabía en qué lugar se encontraba hasta que sus ojos se posaron en él.
Imanol estaba allí, dormido en un sofá junto a su cama, su rostro sereno pese a los vendajes y moretones.
Marfil se enderezó de inmediato, ignorando el leve mareo que la invadió.
—Imanol... —murmuró con voz ronca—. Debes descansar.
Él se despertó al instante, como si su alma hubiera respondido a la suya.
Al verla despierta, sonrió ampliamente, y esa sonrisa, tan verdadera, tan cálida, derritió cualquier rastro de miedo en el pecho de Marfil.
—¡Mi amor! ¿Cómo te sientes? —preguntó con ternura, tomando su mano con suavidad.
Marfi