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Meses despuésLa sala estaba en silencio, apenas interrumpida por el zumbido suave del monitor de ultrasonido.Marfil yacía recostada, su mano entrelazada con la de Imanol.El médico movía el transductor con cuidado sobre su vientre redondeado. La imagen en la pantalla parpadeó… y allí estaba: su pequeño milagro.Su hijo. Su bebé de veinte semanas.—Aquí está —dijo el médico, señalando la forma definida—. Es un varón.Las lágrimas brotaron de los ojos de Marfil.Pero esta vez no eran lágrimas de miedo ni de pérdida. Eran de gozo. De alivio. De esperanza.Se cubrió la boca con una mano temblorosa, incapaz de hablar.Imanol la miró con adoración y le besó la frente con ternura.—Es hermoso —susurró—. Como su madre.El corazón de Marfil latía con fuerza.Apretó la mano de su esposo y, por un momento, todo lo oscuro quedó atrás.Habían luchado tanto… y ahora, por fin, la vida les ofrecía una nueva oportunidad.Cuando salieron de la clínica, no fueron directo a casa.Fueron a la oficina de
—¡Qué hermoso! ¿Ya eligieron los nombres? —exclamó Freya, emocionada, con las manos unidas sobre el pecho.Imanol y Marfil se miraron, compartiendo una sonrisa silenciosa, esa que solo se da entre dos personas que ya lo han hablado todo con los ojos.—Bueno —dijo Imanol—, hemos pensado en llamarlo Octavio.Freya se quedó quieta por un momento, conteniendo el aliento. Sus ojos se humedecieron sin que ella pudiera evitarlo.—Ese… era el nombre de mi padre.Su voz tembló de emoción.Caminó hasta Marfil y la abrazó con ternura.—Gracias… No sabes lo que significa para mí. Octavio era un buen hombre. Fue mi refugio en los peores tiempos. Qué hermoso homenaje.Marfil la abrazó con fuerza, sintiendo el corazón tan lleno que le dolía.—Y tú, Lynn… ¿Cómo llamarás a tu princesita?Lynn dudó un instante, como si aún guardara el nombre solo para sí, como un pequeño secreto sagrado.Luego lo dijo en voz baja, pero con una firmeza dulce.—Luciana.El nombre flotó en el aire como una promesa. Todos
Sergio estaba en su celda, solo, aislado, como una fiera que había perdido el juicio.Desde su llegada, su temperamento explosivo había provocado enfrentamientos casi mortales.Dos veces estuvo al borde de ser asesinado a golpes por otros reclusos.Nadie lo soportaba. No se callaba, no se doblegaba. Por eso lo relegaron a una celda de aislamiento, un rincón sin ventanas, donde apenas podía ver la luz del día.Ahí, el tiempo se volvía una tortura invisible, lenta, implacable.El espejo diminuto colgado junto al lavabo le devolvía un rostro que ya no reconocía.Tenía la ceja partida, una cicatriz nueva en el pómulo, y los ojos... vacíos.Estaba perdiendo la razón.Leía cuando podía, repasaba mentalmente las calles que conocía de memoria, el rostro de la mujer que amó y destruyó.Pero nada llenaba el hueco que lo devoraba por dentro.Ese día, el chirrido metálico de la puerta lo hizo girarse con rapidez.Un guardia, seco y sin emoción, habló:—Tienes una visita.Sergio se quedó perplejo
«Mi esposo me engaña», Ariana Torrealba temblaba.Sus manos apenas podían sostener el teléfono móvil, mientras su corazón latía con fuerza, golpeando su pecho como un tambor de guerra.Su respiración era errática, entrecortada, y una sensación de ardor le recorría la garganta.Sus ojos, abiertos de par en par, estaban fijos en la pantalla, en esas palabras que parecían puñales clavándose directo en su alma.«¿Sabes que tu esposo está en mi cama? Hoy no llegará a dormir, querida socia, puedes esperarlo, yo lo voy a atender muy bien.»Los dedos de Ariana resbalaron sobre la pantalla mientras se desplazaba por los mensajes, su visión nublada por las lágrimas que corrían sin control por sus mejillas.Y entonces vio las fotos.Su esposo, Sergio Torrealba, dormía en una cama que no era la suya.Su rostro relajado, su brazo enredado en el cuerpo de otra mujer, abrazándola con la misma ternura con la que tantas veces la abrazó a ella.Esa mujer... Ariana la reconoció de inmediato.Lorna.Gere
Ariana despertó con los ojos hinchados y la garganta seca. No había dormido bien, pero tampoco esperaba hacerlo. Su corazón estaba destrozado.Tomó su teléfono de la mesita de noche con manos temblorosas.Apenas lo desbloqueó, la pantalla se iluminó con una nueva notificación. No estaba preparada para lo que vio.Un video.Con un nudo en el estómago, presionó "reproducir". Sus pupilas se dilataron, el aire abandonó sus pulmones y un dolor punzante le atravesó el pecho.Ahí estaba Sergio, su esposo, el hombre al que le entregó su amor y su confianza… con otra mujer.No eran simples caricias ni besos robados.No, aquello era crudo, brutal, una confirmación de lo que ya sospechaba, pero que en el fondo deseaba no fuera real.Ariana sintió arcadas.Soltó el teléfono y corrió al baño, cayendo de rodillas junto al inodoro.Vomitó bilis, el vacío en su estómago solo hacía más doloroso el espasmo.Lágrimas calientes caían sin control mientras apretaba los puños contra el suelo frío de mármol.
—¡Respóndeme, Ariana! —gritó Sergio, sacudiéndola con fuerza.Ariana sintió miedo.No era la primera vez que discutían, pero algo en sus ojos… algo en su expresión… la hizo estremecerse. Había furia, desesperación, pero también algo más oscuro, algo que la puso en alerta.«Si le digo que me iré, ¿qué pasará? No… no puedo hacerlo ahora. Nuestra despedida debe ser limpia. No quiero peleas, no quiero escuchar sus excusas. No hay disculpas para lo que me hizo.»Tomó aire, obligándose a mantener la calma.—¿De qué hablas? —preguntó con voz controlada—. Hoy acompañé a Miranda con una abogada. Tiene problemas serios con su esposo… ella va a divorciarse.El agarre de Sergio se aflojó al instante. Sus ojos se abrieron con sorpresa, pero lo que más resaltó en su rostro fue el alivio.—¿Miranda…? —susurró, parpadeando.Por un segundo, temió haber dejado entrever demasiado.Ariana lo notó. Su mirada afilada lo perforó con sospecha.—¿Y por qué crees que yo pediría el divorcio, Sergio? —preguntó c
Al día siguienteAriana observó a su esposo salir de casa como lo hacía cada mañana.Desde la ventana, lo vio subir a su auto con la misma calma de siempre, como si todo siguiera igual, como si la traición no existiera.El nudo en su garganta se hizo más fuerte, y apenas el coche desapareció por la calle, ella tomó aire y salió con el chofer rumbo a casa de Miranda.Cuando llegó, su amiga ya la esperaba con el ceño fruncido y los brazos cruzados.Pero en cuanto la vio, su expresión se transformó en pura compasión.—¡Ariana! —susurró, extendiendo los brazos.Ariana corrió hacia ella y la abrazó con todas sus fuerzas, aferrándose como si ese abrazo pudiera sostener los pedazos de su alma rota.—No puedo creerlo —susurró Miranda, con el enojo y la incredulidad marcados en su voz—. Si no hubiera visto esas fotos con mis propios ojos, jamás habría pensado que él te engañaría. Siempre fue el esposo perfecto… y ahora…Las lágrimas de Ariana rodaron sin control.—No sé qué pasó… Nos perdimos…
—¡Maldita, lastimaste al heredero Torrealba! ¿Qué harás cuando Sergio se entere? —exclamó Lorna, con los ojos encendidos de furia.Ariana se detuvo de golpe.El sonido de sus tacones dejó de resonar en el pasillo, y su pecho subía y bajaba con una respiración entrecortada.Giró lentamente sobre sus talones, con la mirada oscura y llena de rabia.—¡Hazlo! Vamos, llama a tu amante —le espetó con una sonrisa venenosa—. Dile que te encontraste con su esposa, dile que me buscaste y me informaste de su pequeño y sucio secretito. A ver, Lorna… dime, ¿qué crees que hará? ¿Te defenderá? ¿Correrá a consolarte? ¿O simplemente te desechará como a todas las demás que seguro ha tenido?El rostro de Lorna perdió su color.La seguridad con la que había llegado se desplomó en cuestión de segundos, y una duda latente comenzó a carcomer su pecho.Ariana esbozó una sonrisa burlona y, sin esperar respuesta, se alejó con una calma fingida, dejando a Lorna temblando de rabia.Lorna apretó los puños con fuer