El pasillo del hospital olía a desinfectante y miedo. Marfil estaba sentado al lado de la cama de Imanol, sin soltar su mano en ningún momento, como si el más mínimo descuido pudiera arrancárselo otra vez.
No hablaba mucho. Apenas parpadeaba. Su cuerpo estaba allí, pero su mente vagaba entre las sombras de lo vivido, como si todo fuera parte de una pesadilla interminable.
Imanol abrió los ojos despacio, notando la tensión en los dedos de Marfil.
Quiso hablar, pero solo alcanzó a susurrar su nombre.
—Marfil…
Ella lo miró de inmediato, sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no lloró.
Solo lo miró, como si confirmar que él seguía respirando fuera suficiente para mantenerse en pie.
—Estoy aquí —dijo ella en voz baja—. No me iré. No otra vez.
Cuando la puerta se abrió, Marfil se sobresaltó.
Por un instante, pensó que alguien más vendría a hacerles daño.
Pero entonces vio a Freya. La mujer cruzó la habitación con pasos temblorosos, y sin decir nada más, abrazó a Marfil con fuerza.
—¡Dios mío