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Marfil abrió los ojos lentamente, desorientada.Una luz suave se colaba por la ventana, iluminando la habitación con tonos cálidos.La noche, esa noche oscura y dolorosa, había terminado.Parpadeó un par de veces, intentando enfocar su mirada. Su cuerpo estaba débil, pero su corazón palpitaba con fuerza, como si le recordara que aún estaba viva.Miró a su alrededor, confundida al principio.No sabía en qué lugar se encontraba hasta que sus ojos se posaron en él.Imanol estaba allí, dormido en un sofá junto a su cama, su rostro sereno pese a los vendajes y moretones.Marfil se enderezó de inmediato, ignorando el leve mareo que la invadió.—Imanol... —murmuró con voz ronca—. Debes descansar.Él se despertó al instante, como si su alma hubiera respondido a la suya.Al verla despierta, sonrió ampliamente, y esa sonrisa, tan verdadera, tan cálida, derritió cualquier rastro de miedo en el pecho de Marfil.—¡Mi amor! ¿Cómo te sientes? —preguntó con ternura, tomando su mano con suavidad.Marf
Lynn fue dada de alta esa mañana.Su cuerpo aún dolía, pero lo que más pesaba era el vacío en su pecho.La herida emocional seguía abierta, palpitante, casi tan intensa como la física.Apenas colocaron el alta médica en sus manos, supo exactamente a dónde quería ir.—Hija, no tienes que verlo —le dijo Freya, con voz suplicante mientras la ayudaba a vestirse—. Piensa en tu bebé. No vale la pena.—Tengo que hacerlo, Freya… es por mi bien —respondió Lynn, con voz firme pero quebrada.No era terquedad. Era necesidad. Era duelo. Era cierre.Freya suspiró, derrotada por el dolor ajeno.Al final, asintió con lentitud y dejó que Lynn avanzara sola.Los pasillos del hospital parecían interminables. Cada paso de Lynn era lento, vacilante.Sentía como si su corazón se partiera un poco más con cada metro que recorría.El eco de sus pasos se mezclaba con el zumbido de las luces fluorescentes, con los recuerdos que la asaltaban como cuchillas silenciosas.Las noches llorando, las palabras dulces qu
La mañana era tibia, perfumada por el olor a eucalipto que provenía del jardín trasero del hospital.Imanol, Marfil y Lynn fueron dados de alta.Sus cuerpos aún dolían, pero el alma comenzaba a sanar.Salieron juntos, en silencio, como si las palabras no alcanzaran para nombrar todo lo que habían vivido.Solo querían llegar a casa, lejos de todo ese lugar que les recordaba sangre, miedo y traición.Miranda, por decisión propia, se quedó atrás.Arturo aún no despertaba, pero ella lo haría. Lo esperaría, como una promesa callada que el tiempo nunca logró borrar.Cuando Arturo abrió lentamente los ojos, lo primero que vio fue el rostro dormido de Miranda, recostado con dulzura sobre el borde de su cama.Su corazón dio un vuelco. Era ella. No era un sueño, no era una ilusión de su mente dopada.Era Miranda. Viva, real, y ahí con él.Una lágrima se deslizó por su mejilla.Había soñado con volver a tenerla cerca, pero al mismo tiempo, había temido perderla para siempre.Pensó en esos tres a
«Mi esposo me engaña», Ariana Torrealba temblaba.Sus manos apenas podían sostener el teléfono móvil, mientras su corazón latía con fuerza, golpeando su pecho como un tambor de guerra.Su respiración era errática, entrecortada, y una sensación de ardor le recorría la garganta.Sus ojos, abiertos de par en par, estaban fijos en la pantalla, en esas palabras que parecían puñales clavándose directo en su alma.«¿Sabes que tu esposo está en mi cama? Hoy no llegará a dormir, querida socia, puedes esperarlo, yo lo voy a atender muy bien.»Los dedos de Ariana resbalaron sobre la pantalla mientras se desplazaba por los mensajes, su visión nublada por las lágrimas que corrían sin control por sus mejillas.Y entonces vio las fotos.Su esposo, Sergio Torrealba, dormía en una cama que no era la suya.Su rostro relajado, su brazo enredado en el cuerpo de otra mujer, abrazándola con la misma ternura con la que tantas veces la abrazó a ella.Esa mujer... Ariana la reconoció de inmediato.Lorna.Gere
Ariana despertó con los ojos hinchados y la garganta seca. No había dormido bien, pero tampoco esperaba hacerlo. Su corazón estaba destrozado.Tomó su teléfono de la mesita de noche con manos temblorosas.Apenas lo desbloqueó, la pantalla se iluminó con una nueva notificación. No estaba preparada para lo que vio.Un video.Con un nudo en el estómago, presionó "reproducir". Sus pupilas se dilataron, el aire abandonó sus pulmones y un dolor punzante le atravesó el pecho.Ahí estaba Sergio, su esposo, el hombre al que le entregó su amor y su confianza… con otra mujer.No eran simples caricias ni besos robados.No, aquello era crudo, brutal, una confirmación de lo que ya sospechaba, pero que en el fondo deseaba no fuera real.Ariana sintió arcadas.Soltó el teléfono y corrió al baño, cayendo de rodillas junto al inodoro.Vomitó bilis, el vacío en su estómago solo hacía más doloroso el espasmo.Lágrimas calientes caían sin control mientras apretaba los puños contra el suelo frío de mármol.
—¡Respóndeme, Ariana! —gritó Sergio, sacudiéndola con fuerza.Ariana sintió miedo.No era la primera vez que discutían, pero algo en sus ojos… algo en su expresión… la hizo estremecerse. Había furia, desesperación, pero también algo más oscuro, algo que la puso en alerta.«Si le digo que me iré, ¿qué pasará? No… no puedo hacerlo ahora. Nuestra despedida debe ser limpia. No quiero peleas, no quiero escuchar sus excusas. No hay disculpas para lo que me hizo.»Tomó aire, obligándose a mantener la calma.—¿De qué hablas? —preguntó con voz controlada—. Hoy acompañé a Miranda con una abogada. Tiene problemas serios con su esposo… ella va a divorciarse.El agarre de Sergio se aflojó al instante. Sus ojos se abrieron con sorpresa, pero lo que más resaltó en su rostro fue el alivio.—¿Miranda…? —susurró, parpadeando.Por un segundo, temió haber dejado entrever demasiado.Ariana lo notó. Su mirada afilada lo perforó con sospecha.—¿Y por qué crees que yo pediría el divorcio, Sergio? —preguntó c
Al día siguienteAriana observó a su esposo salir de casa como lo hacía cada mañana.Desde la ventana, lo vio subir a su auto con la misma calma de siempre, como si todo siguiera igual, como si la traición no existiera.El nudo en su garganta se hizo más fuerte, y apenas el coche desapareció por la calle, ella tomó aire y salió con el chofer rumbo a casa de Miranda.Cuando llegó, su amiga ya la esperaba con el ceño fruncido y los brazos cruzados.Pero en cuanto la vio, su expresión se transformó en pura compasión.—¡Ariana! —susurró, extendiendo los brazos.Ariana corrió hacia ella y la abrazó con todas sus fuerzas, aferrándose como si ese abrazo pudiera sostener los pedazos de su alma rota.—No puedo creerlo —susurró Miranda, con el enojo y la incredulidad marcados en su voz—. Si no hubiera visto esas fotos con mis propios ojos, jamás habría pensado que él te engañaría. Siempre fue el esposo perfecto… y ahora…Las lágrimas de Ariana rodaron sin control.—No sé qué pasó… Nos perdimos…
—¡Maldita, lastimaste al heredero Torrealba! ¿Qué harás cuando Sergio se entere? —exclamó Lorna, con los ojos encendidos de furia.Ariana se detuvo de golpe.El sonido de sus tacones dejó de resonar en el pasillo, y su pecho subía y bajaba con una respiración entrecortada.Giró lentamente sobre sus talones, con la mirada oscura y llena de rabia.—¡Hazlo! Vamos, llama a tu amante —le espetó con una sonrisa venenosa—. Dile que te encontraste con su esposa, dile que me buscaste y me informaste de su pequeño y sucio secretito. A ver, Lorna… dime, ¿qué crees que hará? ¿Te defenderá? ¿Correrá a consolarte? ¿O simplemente te desechará como a todas las demás que seguro ha tenido?El rostro de Lorna perdió su color.La seguridad con la que había llegado se desplomó en cuestión de segundos, y una duda latente comenzó a carcomer su pecho.Ariana esbozó una sonrisa burlona y, sin esperar respuesta, se alejó con una calma fingida, dejando a Lorna temblando de rabia.Lorna apretó los puños con fuer