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Meses después. El murmullo de la iglesia se volvió un eco lejano para Marfil mientras contemplaba a su pequeño en brazos.Octavio Darson, su hijo, su milagro. El agua bendita cayó sobre la cabecita del niño y, como si fuera el inicio de una sinfonía desgarradora, él rompió en llanto.Lloró con fuerza, como si sintiera en su piel el peso simbólico de una nueva vida.Marfil lo apretó contra su pecho, acunándolo, y su cercanía bastó para que el bebé se calmara, como si el latido de su madre fuera más poderoso que cualquier angustia.Ella lo miró y sonrió con el corazón en los labios. Qué lejos había quedado aquella mujer temerosa, rota por el pasado.Su vida se había transformado tanto en tan poco tiempo, y aunque a veces el vértigo de los cambios la hacía cerrar los ojos por miedo a caer, también sentía que había sido salvada.No por un hombre, ni por un milagro divino, sino por el amor. El amor que se permitió recibir cuando ya no creía que fuera posible.Ahora tenía más de lo que alg
Dos meses despuésMiranda estaba sola en su habitación.Afuera, el día era tranquilo, pero dentro de ella se libraba una tormenta.Sus dedos temblaban mientras sostenía la prueba de embarazo entre las manos.El corazón le latía tan rápido que apenas podía respirar.Se había prometido no mirar aún… no hasta estar lista. ¿Pero cuándo estaría lista realmente para cambiar su vida para siempre?Del otro lado de la puerta, Arturo caminaba de un lado al otro con una mezcla de ansiedad y esperanza que le revolvía el estómago.Se esforzaba por mantener una sonrisa serena, pero la verdad era que los nervios lo estaban consumiendo. Quería que fuera positivo.No solo porque también anhelaba tener un bebé, sino porque sabía cuánto lo deseaba Miranda. Y si el resultado era negativo… no soportaría ver el dolor en sus ojos.Entonces, ella lo miró, tragó saliva y bajó la vista hacia la prueba.Sus ojos se agrandaron. Durante un segundo no dijo nada.Pero luego… una risa se le escapó del pecho.Una ris
"Mi madre y mi madrina me enseñaron que el amor no debe doler. El hombre que te ama debe ser bueno… debe ser un refugio, no un campo de batalla. Un lugar donde mi cabeza pueda descansar sin miedo a una traición", pensaba Luciana, mientras la tela blanca del vestido acariciaba el suelo como una nube de sueños.Estaba frente al espejo de cuerpo entero, en la boutique más elegante de Cirna Gora.El vestido de novia abrazaba su silueta con gracia: largo, estilo princesa, blanco como la esperanza que llevaba dentro.Los encajes bordados a mano caían desde sus hombros hasta la cintura, donde comenzaba la falda amplia, decorada con diminutos cristales que brillaban como estrellas.Alzó la vista y encontró los ojos de su madre reflejados en el espejo.Lynn estaba ahí, firme y temblorosa al mismo tiempo. Tenía las manos cruzadas frente al pecho, como quien guarda una plegaria. Una emoción temblorosa nublaba sus ojos… pero también algo más. Algo que apagó de pronto su sonrisa.—¿Madre? —pregunt
Samuel intentó acercarse a Luciana, pero apenas alzó la mano para tocarla, ella dio un paso atrás como si su piel le ardiera con solo sentir su cercanía.—Luciana… déjame explicarte. Samuel lo hizo por compasión —intervino Deisy con una voz débil, casi suplicante.—¿¡Compasión!? —Las lágrimas le temblaban en los ojos a Luciana, grandes y cristalinas, aferrándose a sus pestañas como si resistieran caer—. ¿¡Compasión!?Samuel la miró con un nudo en la garganta, su alma deshaciéndose en cada palabra que no encontraba.—Luciana… Deisy está muriendo —dijo al fin, la voz quebrada—. El cáncer volvió… y esta vez es implacable. Me casé con ella porque… es su último deseo. Solo eso.Luciana dio un paso atrás.Sintió un pinchazo en el pecho, como si algo se le desgarrara por dentro.Levantó la vista lentamente y miró a Deisy.La mujer parecía tan frágil… y, aun así, había algo en sus ojos que no le cuadraba, era un atisbo malicioso que la hacía sentir asqueada.Luciana negó con la cabeza, como s
Octavio Darson estaba sentado solo en el restaurante del hotel más lujoso de Cirna Gora.Era un sitio elegante, con candelabros de cristal que colgaban del techo y ventanales enormes que ofrecían una vista privilegiada al lobby.Las copas brillaban, la porcelana resplandecía y todo olía a exclusividad.Pero él no se sentía parte de ese mundo.El espresso humeaba frente a él, pero no lo tocaba. Jugaba con la taza entre los dedos, distraído.Estaba absorto, como si su mente estuviera atrapada en otra época, en otra vida.Una vida que olía a jazmines.Porque ese era el aroma que de pronto lo invadió. Jazmines. Su aroma.Luciana.Cerró los ojos y por un segundo se dejó llevar por el recuerdo.La imagen de ella aparecía como un eco persistente en su mente: su risa libre, sus ojos intensos, la manera en que caminaba como si perteneciera a todos los lugares y a ninguno al mismo tiempo.Había salido con otras mujeres, sí. Muchas. Pero ninguna lo había tocado de verdad. Ninguna había sido Luci
Las sirenas de la ambulancia rompían la calma sofocante de aquella tarde.Octavio estaba de pie, pálido como el mármol, sintiendo que su corazón latía con una fuerza brutal contra su pecho.No podía creer lo que acababa de presenciar. Su Luciana… su dulce Luciana, la misma que no podía borrar de su alma, estaba siendo subida a una camilla con movimientos apresurados, aunque delicados.Su rostro estaba cubierto por un ligero oxígeno, los ojos cerrados, la frente vendada, y apenas unas manchas de sangre en su ropa.No parecía grave, o al menos eso quería creer. Pero el miedo se coló por cada rincón de su ser.Sin pensarlo dos veces, subió a la ambulancia.Se sentó a su lado y tomó su mano con cuidado, sintiéndola fría, demasiado fría.Su pulso era suave, constante. Ella respiraba, y eso era lo único que lo mantenía con vida.—Resiste, Luciana… por favor. No me hagas esto —murmuró con voz rota, acariciando la piel de su brazo, temblando.Y entonces, mientras las luces del vehículo parpad
Luciana abrió los ojos lentamente. Un dolor sordo latía en su cabeza, pero fue un calor familiar el que la trajo de vuelta: una mirada, intensa, profunda, temblorosa.Eran los ojos turquesas de Octavio.Él la miraba como si se hubiese detenido el tiempo. Había en sus pupilas una mezcla de sorpresa y miedo, como si temiera que ella lo rechazara, que lo echara de su vida de nuevo. Esperaba su rencor, su furia... su odio.Pero lo que encontró fue otra cosa.Luciana lo observó con una mezcla de duda y ternura.Sus ojos brillaban con algo que se parecía demasiado al anhelo.No dijo nada al principio. Solo lo contempló, como si intentara leerle el alma. Luego, muy despacio, levantó una mano temblorosa.Octavio se tensó. Por un momento, creyó que ella iba a abofetearlo. ¿No era lo que merecía?Pero no.Luciana le acarició la mejilla. Su toque era suave, casi reverente. Una caricia que hablaba más que mil palabras.—¿Me amas a mí...? —susurró ella, con una voz rota, apenas audible, pero con e
«Mi esposo me engaña», Ariana Torrealba temblaba.Sus manos apenas podían sostener el teléfono móvil, mientras su corazón latía con fuerza, golpeando su pecho como un tambor de guerra.Su respiración era errática, entrecortada, y una sensación de ardor le recorría la garganta.Sus ojos, abiertos de par en par, estaban fijos en la pantalla, en esas palabras que parecían puñales clavándose directo en su alma.«¿Sabes que tu esposo está en mi cama? Hoy no llegará a dormir, querida socia, puedes esperarlo, yo lo voy a atender muy bien.»Los dedos de Ariana resbalaron sobre la pantalla mientras se desplazaba por los mensajes, su visión nublada por las lágrimas que corrían sin control por sus mejillas.Y entonces vio las fotos.Su esposo, Sergio Torrealba, dormía en una cama que no era la suya.Su rostro relajado, su brazo enredado en el cuerpo de otra mujer, abrazándola con la misma ternura con la que tantas veces la abrazó a ella.Esa mujer... Ariana la reconoció de inmediato.Lorna.Gere