Sergio bajó lentamente el arma, su respiración agitada, el rostro desencajado por una mezcla de odio y desesperación.
—¡Ariana! —gritó—. ¡Ella nos separó! ¡Fue Lorna! Ella me sedujo… fue como un hechizo, ¡yo no quería engañarte! ¡Te amo a ti! Solo a ti. Si la mato, todo entre nosotros volverá a ser como antes… ¡Te demostraré que eres la única!
Marfil lo miró con una mezcla de horror y repulsión. La sangre le helaba las venas.
“Está loco… completamente loco”, pensó.
Negó con la cabeza lentamente, sin apartar la vista de ese hombre que una vez creyó conocer.
—Está embarazada… No puedes matarla —dijo con firmeza, aunque su voz temblaba.
Sergio apretó los dientes, como si esa frase le encendiera una furia más profunda.
—¡Yo solo quiero, hijos tuyos, amor! ¡Ese bebé es un error!
—¡No puedes hacerle daño a un bebé, por Dios! —exclamó Marfil, sintiendo un nudo asfixiante en la garganta.
Él la miró fijamente, y luego su expresión cambió. Una sonrisa enferma y tierna se dibujó en su rostro, com