Por un momento, el mundo pareció detenerse.
Ni un sonido, ni un suspiro, ni el crujido de las brasas. Solo tres respiraciones agitadas chocando entre sí en medio del gran salón.
Kaelion, Nyxara y Vida se miraban como si el tiempo los hubiera empujado de golpe al mismo abismo del que creyeron haber escapado.
Nadie habló.
El aire se volvió tan denso que cada segundo dolía.
Nyxara fue la primera en parpadear. Su pecho subía y bajaba rápido, como si no pudiera decidir entre correr hacia Vida o gritarle. Tenía los ojos vidriosos, llenos de preguntas que no sabía cómo formular.
¿Cómo era posible? ¿Dónde había estado todo este tiempo? ¿Por qué no dijo nada? ¿Y Milah?
Las palabras le temblaban en la garganta, pero ninguna salía. Solo alcanzó a murmurar, casi sin voz:
—No entiendo…
Kaelion, en cambio, no sintió confusión. Sintió furia. Una tan vieja y contenida que lo atravesó como fuego.
El corazón le golpeaba el pecho con violencia, la respiración se volvió áspera, y sus manos, cerrad