El amanecer llegó sin ruido, con un cielo tan limpio que parecía recién creado. Isolde caminó entre los árboles, el cuerpo exhausto, pero con una determinación que le quemaba las venas.
A su alrededor, las criaturas que habían despertado del hielo la seguían en silencio: Kaelion, Vida, Milah, Nixara, Silas, Caroline, y la ángel cuya luz hacía titilar los copos de nieve.
El valle había vuelto a respirar. El viento no era ya enemigo, sino anuncio.
—No podemos esperar más —dijo Kaelion, mirando al horizonte—. Si tu padre logra cerrar el tratado que prepara, dominará el flujo mágico del mundo. Nadie podrá detenerlo.
—Él cree que todo está perdido —respondió Isolde—. No sabe que ustedes han despertado. No sabe que el hielo habló.
Kaelion la miró con algo más que respeto: con fe.
—Entonces será el día del juicio. No de los dioses. De nosotros.
El grupo avanzó hacia la ciudad. Los caminos eran fantasmas bajo la nieve, los edificios emergían como montañas de acero. Cuando llegaron al hold