La clínica "La Arboleda" era una fachada casi perfecta. Los pagos de la Fundación Kvarner seguían llegando, limpiando un rastro de dinero que olía a desinfectante y opiáceos desviados. Roxana movió sus piezas con fría eficiencia, desplegando vigilancia y trazando los movimientos de Marko a través de sus trajes de seda y la red de seguridad privada Luxor.
Mientras, en R-7, la convivencia con Tomás era un campo de batalla silencioso. Hablábamos de protocolos, de informes, de la coreografía de mi supuesto colapso. Pero el peso de lo no dicho se hacía más pesado cada día. Yo cargaba con el recuerdo visceral de la mano de Marko en mi cuello, de su aliento fétido, de la violación de ese espacio íntimo. Él cargaba con la versión sanitizada que yo le había dado: una amenaza, un toque en el brazo, nada más. La omisión se había convertido en un muro entre nosotros, y cada vez que evadía su mirada o cambiaba de tema cuando el pasado rondaba, sentía ese muro crecer.
Roxana fue clara. "T-05 report