La puerta cerrada resonó en el departamento como el portazo de una celda. Me quedé inmóvil, el eco de las palabras de Tomás—¿Te gustó?—golpeándome una y otra vez. No era solo la duda obscena, era el veneno que mi propio silencio había permitido fermentar. Le había dado una versión recortada, limpia, de mi violación, y ahora la cinta sucia y editada llenaba esos vacíos con la peor mentira posible.
Roxana observaba desde la mesa, su rostro impasible, pero podía sentir el peso de su análisis. No dijo "te lo dije". No hizo falta.
"El daño está hecho", declaró, su voz un bisturí que cortaba cualquier atisbo de autocompasión. "La pregunta es cómo lo usamos."
"¿Usarlo?" Mi voz sonó ronca, como si me hubiera tragado vidrio. "Lo ha destruido. Cree que... que lo deseaba."
"Él cree lo que la evidencia le muestra, combinado con lo que tú le ocultaste. Es una ecuación lógica, aunque falsa." Se acercó. "T-05 ahora está herido y furioso. Eso lo hace volátil. Pero también lo hace más creíble para la