El día se asentó en el living con esa luz que suaviza los bordes. Tomás dormía a intervalos, respiración pareja, el vendaje sosteniendo el costado como si fuese una mano. Cambié la taza tibia por otra y revisé el cierre de la ceja: limpio, sin sangrado. Las cosas pequeñas en su sitio me calman. También me recuerdan que el mundo grande no está en mis manos, y aun así lo toco.
El teléfono vibró con un correo anodino de RR.HH.: actualización de formularios. No habría prestado atención si la cadena adjunta no trajera, al fondo, una frase que ardía: “Ingreso por excepción (Alma [Apellido]) — instrucción del Director — cc: Sr. [Apellido del padre]”. La fecha coincidía con el mes en que entré. Tragué lento. No era sorpresa bonita ni tragedia nueva: era confirmación. Aquí estoy por una cuerda que jamás pedí. La misma mano que me golpeó puertas adentro me abrió otra por fuera. No me avergonzó; me dio herramienta.
Claudia llegó con pan y una bolsa que olía a caldo. Su hija había dejado un dibuj