La puerta seguía cerrada.
Yo seguía ardiendo.
Sentada en la cama, con los puños aún temblando de la rabia, miré a Nikolay de pie junto a la puerta, estático. Como si contenerse le costara más de lo que quería admitir.
Me levanté de un salto.
-¿No vas a decir nada? -le espeté-. ¿Ni una sola palabra después de lo que ha pasado ahí abajo?
Él no se movió.
-¿Qué quieres que diga?
-¡No lo sé! ¡Algo! ¿Te parezco una loca ahora? ¿Eso soy para ti?
Nikolay alzó la mirada, esa que usaba para intimidar a medio mundo, pero que conmigo ya no funcionaba.
-Te lanzaste sobre ella como si estuvieras poseída.
-¡Porque ella no para de provocarme! ¡Porque tú lo permites! ¿Tanto te cuesta ponerle un límite?
-No tengo por qué justificarme -replicó en voz baja.
-¡Pues deberías! ¡Porque si soy tu esposa en este maldito teatro, al menos ten la decencia de tratarme como tal cuando hay otras delante! -grité, con la voz rota.
Me acerqué hasta él.
-Contigo sola sonríes, me miras, incluso pareces humano. Pero en cu