Me despierto con la sensación de haber dormido bajo agua. Todo es lento, espeso, confuso. El colchón bajo mi espalda todavía guarda el calor de la noche, y mis muñecas me duelen como si hubiera estado aferrándome a algo que ya no está.
No sé qué hora es, pero el silencio me resulta extraño.
Me incorporo, aún descalza, y camino hacia la puerta con los mechones alborotados cayendo sobre mi rostro. La abro, esperando ver a alguien al otro lado. Nada. Solo el pasillo, igual de silencioso, igual de cargado.
Al bajar las escaleras, encuentro a Lara en el comedor. Está colocando la vajilla con una expresión más rígida de lo habitual. Me saluda con un leve gesto de cabeza, y su mirada se aparta rápido. Como si no supiera cómo mirarme después de lo que pasó.
—¿Dónde está Natalia? —pregunto, sin rodeos.
Lara duda. Aprieta los labios y baja la mirada al mantel.
—Se fue esta mañana. Nikolay la despidió.
Mi cuerpo se congela un segundo.
—¿Así, sin más?
—Así, sin más —repite. Y aunque su voz no lle