El que Nunca Encajó.
Durante años, Leo se sintió distinto. No de manera evidente, como Isela o Cayden, quienes irradiaban un aura que nadie podía ignorar, sino en la manera silenciosa en que el mundo parecía no esperar nada de él, como si la vida misma se lo negara.
Sus logros eran cumplidos con una eficiencia casi automática, pero nunca celebrados, nunca reconocidos. Había algo en él que el Consejo nunca logró clasificar: una anomalía, una variable que no encajaba, pero que tampoco generaba alarma suficiente para ser eliminada.
Estaba solo en la sala de control secundaria del Consejo, un espacio olvidado en planos que nadie revisaba desde hacía años. Las luces fluorescentes parpadeaban apenas, reflejando la superficie metálica de las consolas.
La mayoría de los sistemas del Consejo estaban diseñados para vigilar a Isela, Cayden y los sujetos de control Alfa; Leo había sido marcado desde siempre como “irrelevante” para el registro operativo.
Su implante nunca se completó: era parcial, ineficaz como herram