El departamento de Isela siempre parecía demasiado grande para una sola persona, especialmente los fines de semana. Las paredes blancas reflejaban la luz de la tarde, y el silencio, aunque pacífico, se hacía pesado. Solo el ronroneo de su gato, un felino perezoso de pelaje gris llamado Rufián, rompía la monotonía. Ella lo miraba con una sonrisa leve, acariciando su lomo mientras se dejaba caer en el sofá.—A veces siento que eres el único que realmente me entiende —susurró, en voz baja, como si hablara consigo misma más que con el animal.Rufián levantó la cabeza apenas, como dándole la razón, y se estiró perezosamente antes de acomodarse a su lado. De repente, con un salto inesperado, tiró una almohada al suelo.— ¿En serio, Rufián? —dijo Isela, levantando una ceja—. ¿Ahora te pones rebelde?El gato la miró, imperturbable, y volvió a acomodarse sobre el sofá, como si nada hubiera pasado. Isela suspiró, divertida a pesar de sí misma.De un momento a otro, las palabras se formaron en s
Leer más