El hombre se había quedado ahí conmigo toda la noche y me sonreía alegremente, pero yo no podía dejar de pensar: ¿por qué había hecho aquello? Y eso me generó una profunda desconfianza. No quería ser una malagradecida con Samuel, pero para mí no era completamente normal que un hombre hiciera algo como eso: quedarse a mi lado durante toda la noche, dormir recostado en la camilla. Tenía la misma ropa con la que me había traído; al parecer, ni siquiera se había ido a casa.
Levanté mi cabeza y busqué desesperada a mi bebé. Entonces encontré una pequeña cuna a mi lado, donde el niño dormía plácidamente. Me estiré hacia él, levantando mis manos para intentar alcanzarlo, pero estaba un poco lejos, así que Samuel se puso de pie, salió corriendo hacia la camilla y tomó al bebé en sus brazos con una delicadeza impresionante, a pesar de sus fuertes brazos.
Cuando lo dejó en mi regazo, pude ver a mi bebé por primera vez con claridad, y no pude evitar ver el enorme parecido que tenía con Nicolás.