Habían pasado un par de semanas desde mi llegada a Sanaris, y las cosas se habían tornado mucho más tensas de lo que yo podría llegar a imaginar. Mi hermano Oliver no se había tomado para nada bien que al fin decidiera tomar el cargo de la compañía.
Una mañana me confrontó cuando estaba haciendo posesión de una de las oficinas.
—No me parece —me dijo con rabia.
Podía sentir la impotencia en su voz.
—Mientras tú jugabas al esposo perfecto en una venganza que no te importaba sino a ti, yo me hice cargo de esta compañía. Yo, cuando tú no quisiste hacerlo.
—¿Sabes por qué lo hice? —le dije—. Esa forma de cuestionarme comenzaba a cansarme.
Sabía que tal vez él tenía razón, pero ya no había motivo para pelear por eso.
—Limpié el nombre de mi familia. Limpié el nombre de papá.
Él pareció enojarse.
—¿Y eso de qué nos sirve? ¡Maldita sea! Papá sigue en una cama con una muerte cerebral. ¿Crees que estará feliz de que su nombre ahora esté limpio? No importa, a él no le importará porque es como u