El reloj marcaba poco más de la medianoche cuando Sabrina se acercó a la mesa del fondo. La música vibraba en sus oídos, mezclada con el murmullo de los clientes y el tintinear de los vasos. Era una noche más en aquel bar lleno de humo, luces bajas y promesas rotas… hasta que la puerta se abrió de golpe, cortando el aire con violencia.
El sonido fue tan fuerte que por un instante el tiempo pareció detenerse. Luego, los gritos.
Un grupo de hombres irrumpió en el lugar, las armas brillando bajo la luz temblorosa. Los clientes se arrojaron al suelo entre el estruendo de los vasos que caían y el chillido metálico de las sillas al volcarse. Sabrina se quedó helada, la bandeja aún en alto, el cuerpo negándose a reaccionar.
—¡Todos al suelo! —rugió uno de los encapuchados.
Su voz atravesó el aire como un disparo.
Sabrina apenas respiraba. Sentía el corazón golpearle con fuerza dentro del pecho, como si quisiera escapar. De pronto, una mano brutal la sujetó del brazo.
—¡Tú, ven acá! —gruñó el