La luz de la mañana se filtraba tímida entre las cortinas delgadas del hotel, dibujando líneas doradas sobre las sábanas revueltas. El aire estaba quieto, espeso, cargado de un silencio que dolía. Sabrina abrió lentamente los ojos, sintiendo el ardor de la resaca latiendo en las sienes y un cansancio extraño, pesado, que no provenía del sueño sino de algo más profundo… algo que se había grabado en su piel.El techo blanco giró unos segundos antes de volverse nítido. Le tomó un instante reconocer el lugar. La habitación no era la suya. Las paredes olían a perfume masculino, cuero y madera; ese aroma la mareó. Por un momento creyó seguir atrapada en el sueño, flotando en la frontera entre la realidad y el recuerdo.Quiso moverse, pero las piernas no respondieron del todo. El cuerpo le pesaba como si aún lo sintiera sobre ella. Y entonces lo oyó, muy lejos, como un eco. Esa voz grave, oscura, que se le había tatuado en el alma.El silencio volvió a caer de golpe. Buscó con la mano el cos
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