El amanecer se filtraba tímido por las cortinas gruesas de la habitación.
Sabrina abrió los ojos con lentitud. Por un instante, no recordó dónde estaba. El techo alto, el olor a cuero, el aire frío y perfumado… nada de eso era suyo. Luego, la memoria regresó como una bofetada: el bar, los disparos, la sangre, Enzo Bianchi.
El miedo le recorrió el cuerpo como una corriente eléctrica. Se sentó de golpe, con el corazón martillándole el pecho. La habitación estaba vacía, pero la sensación de ser observada no la abandonaba.
Su respiración se aceleró. Tenía que irse. Tenía que salir de allí antes de que él regresara.
Enzo observaba las cámaras desde su despacho, con una taza de café a medio enfriar frente a él. La pantalla mostraba cada rincón de la mansión: pasillos, entradas, escaleras… y a ella.
Sabrina caminaba descalza, temblando, con la ropa arrugada y los ojos encendidos por la desesperación.
No sabía que él la miraba. No sabía que cada paso suyo era un suspiro más cerca del error.
É