Capitulo 12

El primer indicio del amanecer no fue la luz, sino el silencio. Un silencio pesado, cargado con el olor residual del deseo y la vergüenza, una mezcla química que asfixiaba la voluntad. Sabrina se despertó con la sensación de un vacío frío a su lado. Se giró bruscamente: el lado de la cama de Enzo estaba vacío. La sábana de seda seguía en su sitio, sin la huella del calor de su cuerpo. Era como si el encuentro de la noche anterior hubiera sido un huracán que arrasó el lugar y luego se desvaneció sin dejar rastro de su paso, excepto por la tierra revuelta y el aire enrarecido de la habitación.

Se incorporó, el cuerpo adolorido no solo por la tensión física, sino por una punzante humillación que se le anudaba en el estómago. El recuerdo de las palabras de Enzo

—"Te has dejado llevar. Lo has disfrutado."— era una espina de hielo en su consciencia.

La furia de la noche había sido reemplazada por una náusea gélida y la constatación brutal de su propia debilidad. Él había dicho la verdad: u
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