El amanecer aún no tocaba el bosque cuando Raven abrió los ojos.
El calor en su cuello seguía allí. La marca ardía como una brasa silenciosa. Su cuerpo estaba envuelto en la manta áspera, su piel aún sentía la memoria del Alfa sobre ella.
Darius.
Estaba de pie, al otro lado de la cueva, con la espalda desnuda y los músculos tensos, como una bestia en guardia. El vapor de su respiración se mezclaba con el aire frío. Había sangre seca en su costado, pero ni eso restaba fuerza a su presencia.
Raven se incorporó lentamente. Su cuerpo dolía. No de daño, sino de intensidad. Como si lo vivido la noche anterior no solo la hubiera tocado… sino marcado por dentro.
—No duermes —dijo ella, con voz ronca.
Darius no giró.
—No puedo. Hay cosas moviéndose afuera. No sé si es la manada… o algo peor.
Silencio.
—Lo que pasó anoche… —comenzó ella, pero se detuvo—. Fue real, ¿verdad?
Él se volvió al fin. Sus ojos grises estaban más oscuros. Más rotos.
—Más de lo que imaginas.
Ella bajó la mirada.
—No me arrepiento —susurró—. Pero… tengo preguntas.
—Y yo respuestas que no quiero darte.
Raven frunció el ceño.
—¿Por qué?
Él se acercó, paso a paso, hasta sentarse frente a ella.
—Porque lo que voy a decirte cambiará tu vida. No solo la tuya. La mía. La del mundo.
Ella esperó. No lo presionó. Pero sus ojos lo obligaron.
Darius respiró hondo.
—Cuando era niño, mi manada me enseñó a temer una sola cosa: la Profecía de Sangre. Una visión antigua, escrita por las magas del norte. Decía que un día, una hija olvidada de las brujas de sangre —mujeres poderosas y malditas— se uniría con un Alfa nacido en luna rota. De esa unión… nacería un heredero capaz de unir a las razas sobrenaturales… o destruirlas.
Raven sintió que el mundo giraba.
—No… —susurró—. No me digas que creés que soy esa mujer.
—No lo creo —dijo él, con voz grave—. Lo sé.
Ella se puso de pie, nerviosa.
—No soy una bruja. ¡Soy camarera! Vivo en un apartamento húmedo, con facturas sin pagar. ¡Ni siquiera creía en lobos hasta hace dos noches!
Darius se levantó también.
—Pero tu sangre sí lo sabe. La marca lo despertó. Lo que sentiste anoche… no fue solo deseo. Fue magia. Instinto. Vínculo.
Raven llevó la mano a su abdomen sin pensar. Sentía… calor. Algo extraño. Como un eco débil.
—No —dijo, negando—. No puede ser.
—Lo es —afirmó él—. Tu cuerpo ya empezó a cambiar. Lo sentí cuando hicimos el vínculo. Tu energía… tu esencia…
—¡No puede saberse eso en una noche! —gritó ella, con la voz temblando—. ¡No estoy…!
Se detuvo.
El silencio cayó entre los dos como una nevada repentina.
—No —repitió ella, más bajo—. No puede ser tan rápido.
Darius dio un paso hacia ella.
—No es un hijo común, Raven. Si la profecía es cierta… ya está aquí. Ya late en tu interior.
Ella retrocedió.
—¿Y si no quiero tenerlo? ¿Y si no quiero salvar ni destruir nada?
Él la miró con una mezcla de pena y respeto.
—Entonces… te protegeré igual. Aunque tu camino sea huir de todo.
Raven tragó saliva. Sus piernas flaqueaban. Quería gritar, llorar, correr. Pero lo único que hizo fue dejarse caer sobre la manta de nuevo, con la respiración temblando.
Darius se arrodilló frente a ella.
—No te estoy pidiendo que confíes en mí, Raven. Solo que sobrevivas. Que me dejes cuidarte… hasta que estés lista para decidir qué hacer con ese poder.
Ella levantó la vista. Él era todo lo que no debía desear. Todo lo que podía destruirla.
Y aún así… se sentía más segura con él que con el resto del mundo.
—¿Y si elijo no ser parte de nada?
—Entonces te esconderé del universo entero si es necesario —susurró él.
Ella cerró los ojos, agotada.
—¿Qué va a pasar ahora?
Darius tomó su mano entre las suyas. Fuerte. Cálida.
—Ahora… nos movemos. Porque ellos ya saben dónde estás. Y no descansarán hasta que te arranquen lo que llevas dentro.