14. El Refugio de Sombras y Luz
El sendero desaparecía entre la maleza cuando las brujas lo abrieron con un susurro antiguo. La vegetación se apartó, revelando una extensión que no figuraba en ningún mapa: un claro circular oculto en el corazón del bosque, protegido por capas de hechizos y siglos de silencio. Allí, entre el musgo que brillaba con luz propia, se alzaban carpas de tela oscura con hilos de plata y luna, como si el cielo mismo las hubiera bordado.
Raven se detuvo en seco.
—Esto no es un campamento —susurró—. Es un santuario.
Darius la tomó del brazo, sin bajar la guardia. Sus ojos grises recorrían cada rincón con desconfianza. La magia flotaba en el aire como un perfume dulce y pesado. No era peligrosa. No todavía. Pero era antigua, viva, caprichosa.
Una mujer salió de una de las carpas. Era alta, delgada, con el cabello trenzado en espirales de ébano y hueso. Su rostro era joven, pero sus ojos hablaban de siglos. Llevaba una capa hecha de alas secas de murciélago.
—Bienvenida, hija del eclipse —dijo co