Embarazada del Alfa Fugitivo
Embarazada del Alfa Fugitivo
Por: Rosi Obaldia
1. El Extraño de Medianoche

La lluvia golpeaba el viejo techo del bar con violencia, como si mil dedos invisibles intentaran arrancarlo. Raven Cartermiró la hora en su celular: 2:47 AM.

Era la última en irse. Otra vez.

—Estúpido turno nocturno… —murmuró mientras recogía los vasos sucios.

El lugar estaba vacío. O eso creía.

Hasta que el sonido de la puerta abriéndose la congeló de pies a cabeza.

Un hombre entró.

Alto. Peligrosamente atractivo. Vestido de negro de pies a cabeza. La camisa rasgada dejaba ver un torso marcado por cicatrices viejas y nuevas. Las gotas de lluvia resbalaban por su pelo oscuro, pegado a la frente. Y sus ojos…

Grises. Fríos como metal. Ardientes como fuego. Una combinación imposible.

Raven tragó saliva.

—Lo siento, ya cerré —intentó que su voz sonara firme, pero tembló—. No puedo servirte nada.

El extraño no respondió. Dio un paso. Otro. Y otro más. Sus botas pesadas resonaban sobre la madera vieja, acercándose lentamente a la barra.

—No vine por una copa —dijo con voz grave, profunda, como si su garganta arrastrara grava—. Vine… por ti.

El corazón de Raven dio un salto doloroso.

—¿Qué? —retrocedió un paso, buscando la caja registradora, cualquier cosa para defenderse—. ¿Quién eres?

El desconocido ladeó la cabeza, con una media sonrisa oscura en los labios.

—Eso no importa… aún.

Sus ojos brillaron un segundo. No de forma normal. Era un brillo plateado, sobrenatural. Y entonces lo vio: una vieja cicatriz con forma de media luna marcada en su cuello.

Una marca de manada.

Un Alfa.

Pero… imposible. Ningún lobo de manada andaría solo por esta zona neutral. Y menos uno como él.

El desconocido se detuvo a menos de un metro de ella. Podía olerlo ahora. Bosque húmedo. Humo. Cuero… y algo más. Salvaje. Instintivo. Peligroso.

Raven sintió su cuerpo tensarse. Miedo. Deseo. Instinto.

—¿Eres… un lobo? —susurró. Ni siquiera sabía por qué lo preguntaba. Lo sabía. Su alma lo gritaba.

Él sonrió. Una sonrisa sin humor. Triste. Oscura.

—Lo fui. Ahora… soy un fugitivo.

Su mano se apoyó en la barra, y Raven vio que sangraba. Heridas profundas surcaban su antebrazo. Garras de otro lobo.

De pronto, un gruñido bajo se escuchó desde el bosque, afuera del bar.

Raven giró la cabeza hacia la ventana. Dos sombras se movían entre los árboles. Rápidas. Grandes. Olfateando.

El hombre gruñó también, más bajo, con los colmillos asomando apenas.

—Me encontraron —murmuró—. Maldita sea…

Se acercó a ella de golpe, tomándola de la muñeca con fuerza.

—Si quieres vivir… ven conmigo. Ahora.

Raven intentó apartarse.

—¡Suéltame! ¿Quién eres? ¿Por qué me persiguen también a mí?

El extraño la atrajo bruscamente contra su pecho caliente y herido. Su aliento quemaba su mejilla cuando le susurró al oído:

—Porque huelo en ti algo que no debería estar ahí… algo antiguo… algo prohibido.

Ella contuvo la respiración. Su pulso se disparó.

—¿Qué cosa?

Sus labios rozaron su oído.

Magia de sangre.

El cristal de la puerta estalló en mil pedazos.

Dos lobos enormes irrumpieron en el bar, sus ojos brillando de furia y hambre.

Antes de que pudiera gritar, el extraño la tomó por la cintura y la lanzó sobre su hombro como si no pesara nada.

—¡Sujétate! —gruñó—. No quiero perderte todavía.

Subió las escaleras traseras de dos en dos, con ella sobre su cuerpo. Los gruñidos salvajes crecían abajo: crujir de madera, mesas rotas, colmillos chocando.

Entró en la habitación del piso superior, la dejó de pie y cerró la puerta con fuerza. Apoyó la espalda contra ella, respirando hondo.

—Dime tu nombre —ordenó.

Ella jadeaba.

Raven… Carter.

Él asintió con una mueca oscura.

—Sabía que eras tú. La hija perdida de las brujas de sangre.

Raven dio un paso atrás.

—¡Estás loco! ¡Yo no soy bruja!

El Alfa la miró con intensidad.

—No. Aún no. Pero tu sangre es especial. Por eso los cazadores me siguen. Por eso te encontraron.

La respiración de Raven se detuvo.

—¿Por qué… tú?

El hombre la miró con fuego en los ojos.

—Porque anoche maté al Alfa de la Manada Gris para salvarte. Y ahora… todos quieren matarme por romper el pacto de sangre.

Ella tembló. Su mente no podía procesarlo.

—¿Por qué me salvaste? No me conoces…

Él sonrió, oscuro.

—Te conocí en un sueño, Raven Carter. Hace años. Cuando la profecía habló de ti.

La puerta tembló bajo un golpe brutal. Garras. Gruñidos.

—Tengo que esconderte —dijo él, apretando la mandíbula—. Pero antes…

Se acercó de nuevo, tan rápido que Raven no pudo moverse. Su cuerpo ardía con el suyo. Su aroma la envolvía como una droga.

—Te marco. O ellos te olerán para siempre.

Sus labios rozaron su cuello, donde la vena latía desbocada.

—¿Quieres vivir? —susurró contra su piel.

Raven cerró los ojos, su cuerpo temblando, atrapada entre el miedo… y un deseo oscuro, nuevo.

—Sí…

Entonces sus colmillos rozaron su carne…

Y el mundo se volvió fuego.

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