La noche estalló en mil fragmentos cuando el cristal de la puerta se hizo añicos.
Los lobos irrumpieron entre las mesas del bar, gruñendo con los colmillos al descubierto y los ojos rojos como carbones encendidos. Raven apenas tuvo tiempo de gritar antes de que Darius la alzara como si fuera de aire.
—¡Sujétate! —rugió él, saltando sobre la barra y directo hacia la salida trasera.
La madera crujió bajo sus botas. La tormenta afuera era un caos de viento y agua, pero eso no detuvo al Alfa. Corrió entre la maleza como una sombra, esquivando ramas, saltando troncos, con Raven aferrada a su cuello.
—¿A dónde vamos? —gritó ella entre el ruido de la lluvia.
—Lejos. Antes de que nos alcancen.
Detrás de ellos, aullidos. No uno, ni dos. Una jauría completa.
Los perseguían.
Darius apretó el paso, la respiración controlada, los músculos tensos bajo la ropa mojada. Raven lo sentía latir, oía su corazón salvaje como un tambor contra su espalda.
El bosque se volvía más espeso. Las raíces se enredaban bajo sus pies, y las ramas golpeaban sus brazos como látigos. La lluvia lo empapaba todo. El olor a tierra, sangre y magia flotaa en el aire como un presagio.
—¿Quiénes son ellos? —preguntó ella, jadeando.
—Cazadores de manada. No son solo lobos… son fanáticos. Si te atrapan, no quedará nada de ti, Raven.
Ella tragó saliva, su cuerpo helado, pero su corazón encendido.
—¿Y tú por qué me salvaste?
—Porque lo sentí. Tu sangre. Tu esencia. No podía dejar que te llevaran.
De pronto, un lobo gris surgió entre los árboles, lanzándose directo hacia ellos. Darius lo esquivó por un pelo, girando con fuerza. Cayó con Raven en los brazos al suelo mojado, rodando entre hojas y barro.
—¡Rápido! —gruñó, poniéndose de pie.
Corrieron a pie esta vez. Raven jadeaba, resbalando, pero él no la soltó. La sujetó de la mano como si su vida dependiera de ello. Y lo hacía.
El lobo gris volvió a aparecer, esta vez acompañado. Tres. Cuatro. Rodeándolos.
—¡Quédate detrás de mí! —ordenó Darius, los ojos encendidos de plata.
Sus dedos temblaban, como si su cuerpo amenazara con transformarse, pero aún no podía.
Raven sintió el instinto. Se agachó, tomó una rama afilada. No sabía pelear. No sabía nada. Pero si iban a morir, no lo haría sin luchar.
Un zarpazo voló cerca de su cara. Garras y colmillos brillaban entre los relámpagos. Darius rugió, y su puño se estampó contra el hocico de uno de los lobos, que cayó gimiendo.
—¡Vamos! —gritó él, tomando su mano de nuevo.
Corrieron como alma que lleva el diablo. Atravesaron un riachuelo helado, se lanzaron colina abajo, se arrastraron por una hendidura en la tierra.
Y entonces, como salida de un recuerdo antiguo, apareció: una cueva oculta entre raíces gigantes, negra como la boca de un lobo.
—Ahí —señaló Darius—. Es nuestro único refugio.
Entraron. La oscuridad los devoró.
Los pasos de los enemigos se detuvieron unos metros atrás. Solo se oían respiraciones, truenos… y el goteo del agua desde el techo de piedra.
Darius apoyó la espalda en la pared, jadeando. Su cuerpo temblaba. La transformación lo estaba llamando.
Raven cayó de rodillas, agotada.
—¿Estamos… a salvo?
—Por esta noche. Pero mañana, no lo sé.
Silencio. Solo el golpeteo de la lluvia fuera.
—Tu cuello… —dijo él, con voz ronca—. La marca. Está ardiendo.
Ella asintió, tocándola con los dedos.
—Quema como fuego.
—Es el vínculo —dijo él, bajando la mirada—. Es real. Y no va a desaparecer.
Raven lo miró. Él sangraba. Estaba cubierto de barro. Mojado. Vulnerable.
Pero jamás había visto algo tan poderoso.
—¿Darius… por qué siento que… te conozco?
Él se arrodilló frente a ella. Tan cerca que sus respiraciones se mezclaron.
—Porque estás destinada a mí. Y yo… te soñé mucho antes de conocerte.
Sus dedos tocaron su mejilla. El roce fue eléctrico. Ella cerró los ojos. El calor subía desde su vientre, desde su marca, desde lo más profundo de su sangre.
—¿Qué nos está pasando? —susurró.
—Algo que nadie podrá detener.
Y en la oscuridad de la cueva, el deseo comenzó a brotar.
Pero eso, sería la historia de la próxima noche.