Bianca.
Observé a Alexander prepararse para marcharse a aquella isla. Apenas había pasado un mes desde que comenzó su recuperación tras el ataque de ese miserable de su padre, y ahora, una vez más, estaba dispuesto a enfrentarse al peligro.
El miedo se apoderaba de mí, pero no podía mostrárselo. Solo esperaba que estuviera bien, que pensara en su familia y que, si sentía que la situación era demasiado peligrosa, regresara. No quería que atacara, no quería que arriesgara su vida de nuevo.
Alexander se acercó y me envolvió en un abrazo fuerte, haciéndome soltar un suspiro. Rodeé su grueso cuerpo con mis brazos, aspirando su aroma. Sentía su tensión, la presión que cargaba sobre sus hombros, y eso solo aumentaba mi angustia. Yo también tenía miedo, pero no podía decirle la verdad. No sabía si la amenaza venía directamente de su padre o del estúpido de Mauricio, pero algo dentro de mí me decía que el peligro acechaba. Sin embargo, no quería involucrarlo en esto, no quería añadirle más pre