AlexanderNuestros besos se intensificaron, despertando miles de emociones en mi interior. ¿Qué demonios me estaba pasando? Disfrutar de una mujer de esta manera era algo casi inexistente para mí. No solía pasar demasiado tiempo con ellas; entre nosotros, el sexo era solo eso: sexo. Caricias, pocas o ninguna. Con Adelaida, por ejemplo, lo hacíamos y ya, sin complicaciones. Pero con esta chica... con ella, todo era diferente. Quería besar cada parte de su pequeño cuerpo, recorrer con mis labios las curvas perfectas de sus caderas. Cada detalle en ella era una obra de arte: su cabello rojizo, su piel cálida, y sobre todo, sus ojos. Esos ojos que parecían reflejar el atardecer, tan intensos y bellos que me dejaban sin aliento. Todo en ella era perfección. —Me imagino que no vinimos aquí a quedarnos mirando, ¿verdad? —murmuró, con una sonrisa traviesa. —No, no lo hicimos —respondí, incapaz de ocultar mi propia sonrisa. —Entonces, hazlo. Hazlo como mejor puedas y que sea demasiado bueno
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