Capítulo 2

Alexander 

Escuchaba los gritos de Adelaida mientras me reclamaba por el teléfono. Sus palabras no tenían sentido, me acusaba de no querer un compromiso serio, pero ella misma sabía que nunca había prometido nada de eso. Desde el principio fui claro. No era el tipo de hombre que buscaba una relación formal; las mujeres que se acercaban a mí sabían lo que había. Yo disfrutaba de la vida a mi manera: dinero, autos de lujo, viajes, mis empresas —una de seguridad y otra, digamos, menos visible. Esas eran mis prioridades. Nada más. 

—Adelaida, lo mejor que puedes hacer es preocuparte por tu familia. Te he dado más dinero del que podrías gastar en una vida entera.— Miento, nada más para calamar un poco su rabieta —No quiero una mujer pegada a mí como una maldita garrapata. Tú lo sabías desde el principio —declaré con frialdad—. No te equivoques. No busco amor, solo placer. Si eso no te basta, entonces ya sabes por dónde salir. Deja de llorar, deja de hacer dramas. Si quieres seguir siendo una víctima de tu propio show, hazlo. No es mi problema. No me agrada las telenovelas peor los Kdrama.

Corté la llamada antes de escuchar su réplica y solté un suspiro de alivio. A veces me preguntaba por qué seguía perdiendo el tiempo con mujeres como ella. A decir verdad, me aburrían rápido, todas querían lo mismo. Más tiempo, más atención, más de algo que no estaba dispuesto a dar. Jamás, mi vida no era para compromisos absurdos.

—Vamos, Dean. Llévame a casa primero. Después quiero pasar un buen rato en el Diamonds —le ordené a mi chofer, persona de confianza.

—A sus órdenes, señor.

El trayecto a casa fue breve. Saludé al mayordomo al llegar, y a los empleados que mantenían la casa en orden. Me dirigí directamente a mi habitación. Lo necesitaba. El día había sido largo, especialmente en la agencia. Entre el manejo de armas, entrenamiento de los nuevos reclutas y todo el trabajo operativo, había acumulado una tensión que solo una ducha podía aliviar.

Me quité la ropa y dejé que el agua caliente cayera sobre mi cabeza. Sentí cómo los músculos de mi cuello se relajaban, dejando atrás el estrés de los días anteriores. Después de unos minutos, me envolví en una toalla, coloqué crema hidratante en mi piel y me vestí con mi atuendo casual: pantalones oscuros, camiseta y un saco, me puse perfume, y mi reloj . Antes de salir, me aseguré de llevar las armas conmigo. Nunca se sabía cuándo podría necesitar una mas con tantos enemigos cerca y lo peor uno de ellos era un ex familiar.

—No sé si volveré hoy —le advertí al guardia al salir de casa—Cierra todo bien.

—A sus ordenes señor.

El la discoteca Diamonds más famoso de la ciudad me esperaba. Nada más llegar, los guardias me saludaron con respeto, como siempre. No necesitaba pagar, pero a mí me gustaba dejar propinas generosas. El dinero nunca había sido un problema para un hombre como lo era yo.

Me instalé en una mesa exclusiva con mi hombres de confianza, tres chicas se acercaron, las mismas que siempre estaban esperando por mi para servir mi coctel de alcohol cada que veníamos. Pedimos las mejores botellas y empezamos la noche. Estaba distraído, bebiendo, cuando una figura capturó mi atención desde la pista de baile. La reconocí de inmediato. Era la misma chica con la que había tropezado en el supermercado esta mañana. La chaparra egocentrica. Ella me llamó idiota con una sonrisa descarada, algo que pocos se atrevían a hacer... como no la reconocería, si es un mujer miniatura para mi y ese jodido cabello era tan ridículamente hermoso.

Su cuerpo se movía con una fluidez natural, su cabello rojizo caía en ondas sobre sus hombros, y aunque la pista estaba llena, parecía bailar sola, completamente inmersa en la música. Me levanté, dejando a las mujeres que me rodeaban sin decir palabra, y me acerqué a ella.

—¿Quieres bailar conmigo? —me preguntó, con una sonrisa que destilaba desafío.

Asentí, sin decir nada. Sabía que probablemente estaba a punto de hacer una locura, algo de lo que quizás me arrepentiría más tarde, pero no me importaba en ese momento. Empezamos a bailar. Su cuerpo se movía al ritmo de la música, y el perfume a flores que llevaba me embriagaba. Joder, era sexy. Puse una mano sobre su cintura, y ella se movió más rápido, como si mi toque la impulsara.

—Me gustaría que nos fuéramos de aquí —le susurré al oído.

Me miró, sonrió asintiendo, sin pensarlo dos veces. No sé qué pasaba por su cabeza, pero no parecía tener miedo ni dudas. 

—Vamos, pero... —se detuvo y camino hasta la barra para beber otro trago. Era extrañamente intrigante. Quien acepta algo así. ¿O serán que esta totalmente ebria?

—¿Lista? —le pregunté cuando volvió a mi lado.

—Claro que sí, grandote—respondió con una risita burlona.

—¿Grandote? —me reí—. Soy ese grandonte que puede hacerte olvidar muchas cosas esta noche.

—Entonces hagámoslo. Hazme olvidar —me susurró, su voz apenas audible entre la música.

Tomé su mano, y sin perder tiempo, hice una señal a mi Dean. Nos dirigimos a la salida. Le puse mi saco sobre los hombros antes de entrar al coche. El aire nocturno estaba cargado de electricidad, o tal vez era solo la tensión entre nosotros. Apenas cerré la puerta, me incliné hacia ella y comencé a besarla, como si lo hubiera estado esperando desde el momento en que la vi bailar. Vaya, esto fue rápido.

La llevé a uno de los hoteles mas lujosos, sin perder tiempo. Aún no entendía del todo qué estaba sucediendo entre nosotros, pero lo único claro era que no podía apartarme de ella, quería probarla, a pesar de no conocer de ella. 

Sentía una necesidad urgente de probar sus labios, de sentirla entre mis brazos. No importaba si apenas la conocía, en ese momento nada parecía tener más sentido que tenerla cerca y hacerla gemir bajo mi cuerpo grande.

Una vez dentro, la subí entre mis brazos, ligera, pequeña. Sus piernas rodearon mi cintura como si ya supiera lo que iba a suceder. Caminé con ella hasta la habitación, con nuestras bocas encontrándose en besos urgentes, hambrientos. No había vuelta atrás, aunque lo hubiese querido, ya era demasiado tarde.

La dejé suavemente sobre la cama, quedando encima de ella, admirando la forma en que su cuerpo encajaba perfectamente bajo el mío. Su mirada se clavó en la mía, sus ojos llenos de una lujuria contenida que me desarmaba.

—¿Estás segura de querer hacer esto?— murmuré, queriendo darle la oportunidad de decidir, de detener esto si así lo deseaba. Ella asintió, con la respiración entrecortada.

—Más que segura— susurró confirmando.

Sin esperar más, empecé a besar su cuello, deslizándome lentamente hasta desabrochar su blusa. Sentí cómo su cuerpo temblaba bajo mis manos, y me detuve un momento para disfrutar el suave sonido de su respiración acelerada. Bajé hasta su falda y la deslicé por sus piernas, dejándola solo en su ropa interior.

Ella es malditamente hermosa, su cuerpo pequeño encajaba a la perfección con el mío. Su ombligo con ese jodido pendiente la hacía ver mas excitante.

Mis manos viajaron por su cuerpo, hasta que llegué al centro de su deseo. La sentí húmeda, y una vez más, buscando cualquier rastro de duda, le susurré: 

—¿Segura?—. Se arqueó ligeramente hacia mí, su cuello estirado, sus labios entreabiertos.

—Segura—repitió con un hilo de voz.

La excitación corría por mis venas como fuego. Esta noche, lo supe en ese momento, sería inolvidable y sobre todo excitante.

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