Abigail MacAllister, es una chica sencilla, cariñosa y apasionada; que cree en las historias amor con finales felices. Trabaja en una tienda por departamento para ganarse la vida y poder costear los gastos de su humilde casa. Se ha convertido en un ejemplo para todos los empleados del establecimiento, pero también en el blanco de la envidia de todas sus compañeras. Elliot Porter, es el nuevo empleado. Un chico atractivo y sexy que va robando suspiros por donde quiera que pasa. Es la imagen del hombre al que todas las chicas añoran y el secreto mejor guardado de la joven chica que muere de amor en silencio. Un inesperado acontecimiento da al traste con aquel romance y con el mundo de ilusiones en el que Abby creía. Desde ese momento su vida da un cambio drástico. Ahora debe hacerse responsable de un nuevo ser que llega a su vida para transformarse en el motivo más importante de su existencia. No obstante, la crueldad de un padre vicioso y sin escrúpulos; la obliga a huir de casa para darle a su hija el futuro que merece. Samuel Di Stéfano es un multimillonario desalmado, de corazón frío y de lengua afilada; cuyo único propósito en la vida es hacerse más rico y pisotear a todos aquellos que se interpongan en su camino. Este hombre de mirada oscura y malicia infinita; se convertirá en su única opción para sobrevivir. Sin embargo, hay un pequeño problema… detesta a los niños. ¿Podrá Abby superar este obstá para darle a su adorada hija futuro que ella merece? Identificador 2301083105889 Fecha de registro Enero 2023 © Todos los Derechos Reservados
Leer másSoy la primera en llegar a la tienda. Abro las puertas, organizo la mercancía, limpio los mostradores y me preparo para darle la bienvenida a todos los compradores del día.
―Buenos días ―saluda mi jefe el llegar―. Me contenta saber que siempre estás aquí para encargarte de todo, Abigaíl.
Sonrío satisfecha.
―Me gusta lo que hago, señor Hopkins.
Respondo sincera. Un par de minutos después, el resto de los empleados se va incorporando. Mis mejillas se sonrojan al ver llegar a Elliot. No puedo evitar que mi corazón comience a bombear con desenfreno en el instante en que su mirada se cruza con la mía. Su sonrisa radiante hace que mis piernas se vuelvan flácidas como espaguetis y que mi respiración se torne tan agitada al punto de sentir que mis pulmones se están incinerando.
―Buenos días, preciosa.
Su voz suena como un susurro dulce al pie de mi oreja. Desde que lo vi aparecer en esta tienda no puedo dejar de pensar en él. Me gusta, pero no soy capaz de confesárselo porque temo que me deje en ridículo con su rechazo.
―Buenos días, Elliot, ¿te apetece un café?
Doy un paso atrás cuando Melissa interviene en nuestra conversación.
―Me encantaría, preciosa.
Me decepciona escuchar que la llama de la misma manera que lo hizo conmigo. Es muy atractivo y es difícil ignorar el hecho de que todas mis compañeras se desviven por él. También soy consciente que corresponde feliz y encantado a todas las atenciones de las chicas que trabajan en esta tienda. Es por esa razón que prefiero mantenerme al margen y evitar a toda costa que ellas descubran que muero de amor por él.
―Acompáñame a la cocina, aún no es la hora de iniciar las actividades ―ella gira su cara hacia mí y me mira con arrogancia y satisfacción al saberse vencedora―. Abby se encargará de todo hasta que volvamos.
Bufo con resignación mientras los veo alejarse juntos.
―No le hagas caso a esa pesada ―indica Nora, al acercarse―. Solo lo hace para molestarte.
Sus palabras me provocan nerviosismo. ¿Acaso se ha dado cuenta de mis sentimientos por él?
―No tiene ninguna importancia para mí.
Me coloco detrás del mostrador e ignoro su comentario.
―Me contenta saber que somos las únicas en este lugar que no hemos perdido la cabeza por ese imbécil ―escuchar aquel insulto me causa mucho asombro. Es la primera vez que oigo a mi compañera referirse a alguien en aquellos términos―. Ese chico no es trigo limpio, hay algo en el que me da mala espina.
Me mantengo callada. Quisiera contradecirla y explicarle que Elliot, es un chico gentil y amable. Sin embargo, opto por quedarme callada para no delatarme delante de ella.
―Los clientes están comenzando a llegar.
Le digo para dar por terminada la conversación. Ella me mira y bufa con hastío.
―Hagámonos cargo hasta que la zorra regrese y se ocupe de sus obligaciones.
Giro mi cara y miro en dirección a la cocina. Muero de celos al imaginar lo que estás haciendo en aquel lugar. Melissa es una chica sin pudor ni reservas, que va por lo que quiere sin importar lo que opine la gente. Sé que lo desea y no pongo en dudas que pueda conseguirlo. Sabe cómo usar sus atributos a su favor. Elliot es un hombre y difícilmente podrá resistirse a sus encantos.
Media hora después lo veo salir de aquel lugar con una enorme sonrisa dibujada en su cara y arreglándose la ropa, que ahora lleva varias arrugas sobre la tela. Trago grueso. Me duele saber que entre ellos pasó lo inevitable. Que mi compañera por fin ha logrado salirse con la suya y ha conseguido quedarse con el hombre de mis sueños.
Aparto la mirada para ocultar las lágrimas que se deslizan por mis mejillas. Las limpio antes de que todos se den cuanta que he llorado y que él es el motivo de mi desdicha.
―¿Crees que un hombre como ese puede poner sus ojos en una malvestida como tú?
Giro mi cara y encuentro a Corina repasándome de pies a cabeza con antipatía y desdén. Es la mejor amiga de Melissa y disfruta haciéndome sentir como si fuera basura.
―No sé de lo que hablas.
Intento apartar su atención de mí, pero no está por la labor de hacerlo.
―¿Crees que no me doy cuenta, mosquita muerta? ―suelta una risita malévola―. Estás que sueltas la baba por Elliot ―espeta en tono cortante―. Pones ojitos de cachorrito cada vez que aparece ―aprieto mis ojos con preocupación. Al parecer no fui tan precavida como lo pensaba―. Te prometo que, si te atraviesas en el camino de mi amiga; voy a encargarme de ponerte en tu lugar.
Por fortuna en ese momento aparece nuestro jefe.
―Recuerden que esta noche deben ser todos puntuales y llegar al hotel media hora antes de lo pautado, el señor Di Stefano, es bastante exigente al respecto ―recalca el señor Hopkins, para que no lo olvidemos―. Odia la impuntualidad, así que no pongan en riesgo sus trabajos por una tontería.
Corina no tiene otra opción que volver a su trabajo. Respiro profundo. Me pone nerviosa saber que irá con el chisme y que en poco tiempo todas estarán enteradas. No me dejarán tranquila hasta asegurarse que no soy un problema para ellas. Actúan como una cofradía asesina cuando se trata de defender a uno de sus miembros.
A la hora del almuerzo salgo corriendo para evitar encontrarme con algunas de las arpías. No quiero problemas. Tengo demasiadas complicaciones en mi vida como para sumar un nuevo peso sobre mis hombros. Al llegar a la casa cruzo los dedos para que papá no haya llegado. Abro la puerta y suelto el aire que he estado reteniendo en mis pulmones al conseguir que la casa está vacía y que él no se encuentra en los alrededores. Desde que mamá murió se ha convertido en un ser insensible y despiadado que no pierde la menor oportunidad para atosigarme y hacerme la vida miserable. No sé hasta cuando esté dispuesta a soportar esta situación.
Me dirijo de inmediato a la habitación. No quiero estar aquí cuando regrese, de lo contrario, hará hasta lo imposible para que no asista a la fiesta aniversario de nuestra empresa. Tomo uno de mis bolsos y meto en el interior el único vestido que tengo y un par de zapatos a juego. Cojo ropa interior y aquello que necesito para arreglarme. Una vez que tengo todo listo, me cuelgo el bolso del hombro y me marcho de la casa. Me arreglaré en uno de los baños del hotel.
El comienzo del evento está pautado para las siete de la noche. Me tomó más de una hora llegar al lugar. No tengo dinero para pagar un taxi, así que vine caminando. Me quedo pasmada al ver el hermoso lugar en el que se realizará la fiesta. Nunca antes vi algo tan majestuoso como el imponente edificio que se erige ante mis ojos hasta alcanzar la cima del cielo. Nuestro jefe debe tener más dinero que Craso. Hace cuatro años que trabajo en la tienda y hasta la fecha nunca lo he visto. Dicen que es un hombre detestable y cruel. Así que agradezco la fortuna de no conocerlo.
Ingreso al hotel y me dirijo al área de los baños. Chequeo la hora y descubro que llegué con dos horas de anticipación. El reloj marca las cinco de la tarde. Atravieso los corredores, pero me quedo de piedra cuando me encuentro de frente con la persona más inesperada de todas.
―¡Elliot!
Suelto con un ridículo graznido. Me arrepiento en el acto por haber sonado tan tonta.
―Abigaíl ―pronuncia con voz cantarina―. ¿Qué haces aquí tan temprano?
Trago grueso.
―No tenía nada que hacer ―miento con descaro―, pensé que sería más útil en este lugar. Traje todo conmigo para alistarme antes de que comience la celebración.
Sus ojos brillan con demasiado interés. Se acerca peligrosamente y mete sus dedos debajo de mi barbilla para obligarme a que lo mire a la cara. Su toque me hace temblar de pies a cabeza.
―¿Dónde piensas arreglarte?
Fija su mirada en el bolso que cuelga de mi mano. Me relamo los labios antes de responder.
―No me importa hacerlo en alguno de los baños.
Confieso avergonzada. Entrecierra los ojos y me mira con suspicacia.
―Puedo facilitarte una de las habitaciones ―abro los ojos como platos―. Así podrás hacerlo con más privacidad y comodidad ―¿Cómo podrá conseguir una habitación en un lugar tan lujoso y costoso como este?―. Tengo buenos contactos ―responde a mi pregunta como si pudiera leer mis pensamientos―. Si quieres podemos subir ahora mismo ―me guiña un ojo y sonríe satisfecho―. Imagino que quieres tomar un descanso antes de que comience la fiesta.
¿Dormir en una de estas lujosas habitaciones? Flipo de la emoción.
―¡Me encantaría!
Suelto con demasiada premura. Me ofrece su brazo, así que me prendo de él y lo acompaño hasta el levador. Me quedo sin aliento cuando me lleva hasta el último piso. Es el más lujoso de todos y solo cuenta con una habitación.
¡Madre mía!
Abre la puerta y me quedo anonadada al ver semejante opulencia.
―¿Estás seguro que podemos estar aquí?
Pregunto nerviosa. Parece la habitación de un rey.
―Por supuesto ―responde con presunción―. No hay ningún problema. Puedes entrar con confianza ―no puedo creer que esto me esté pasando―. ¿Quieres beber algo?
Asiento en respuesta sin salir de mi asombro. Recorro el lugar mientras él prepara la bebida. Ni siquiera me atrevo a tocar las cosas con mis sucios dedos. Algunos segundos después llama mi atención.
―Aquí tienes ―acepto la bebida y tomo un buen sorbo. Después de tanto caminar estoy muerta de sed―. Iré a resolver algo y vuelvo pronto.
Sale de la habitación y me deja sola. Aprovecho la oportunidad para lanzarme a la cama y chillar de emoción. No obstante, casi de inmediato comienzo a sentirme extraña. El mundo da vueltas a mi alrededor y siento los párpados pesados. Todo comienza a oscurecerse y ya no sé más de mí.
Tres años después ¿Pudo ser más feliz de lo que soy al lado de este hombre tan maravilloso? Hace tres años nos casamos en una muy bonita y privada ceremonia, auspiciada por el padre Elián, en la que juramos frente al altar, amarnos y cuidarnos hasta el último de nuestros días. Ese día quedo grabado en mi recuerdo como uno de los momentos más memorables y dichosos de mi existencia. Disfruto de una vida perfecta en todos los sentidos. Tengo a mi lado al mejor hombre del mundo, a unos preciosos hijos que me llenan de orgullo y a un par de gemelos que llegarán a nuestras vidas en poco más de un mes. ¿Qué puedo desear que ya no tenga? Los momentos dolorosos y tristes de mi vida, quedaron en el olvido. Ya no hay nada que amenace nuestra felicidad. Ese hombre al que por tanto tiempo llamé padre y se convirtió en el principal causante de las situaciones más aterradoras de mi vida, cumple una condena de treinta y cinco años por ser cómplice de ese asesino que me hundió en la cárcel y abusó
Después de aquella reunión con Georgina, la balanza se inclinó completamente a nuestro favor. El fin del imperio Santiesteban, era un hecho definitivo. Lo que habíamos descubierto en aquella cinta, era mucho más de lo que esperábamos conseguir. ―Cadena perpetua. Una sonrisa de satisfacción tira de las esquinas de mi boca. ―Esa es una noticia que merece la más grandiosa de las celebraciones. Comento emocionado. ―Prepara las botellas, Samuel, nos vemos esta tarde. Cuelgo la llamada y casi de inmediato marco el número de Georgina. Mi nueva socia. Además de las pruebas que me ofreció para acusar a ese maldito por la muerte de sus padres, su alianza, nos permitió alcanzar la mayoría accionaria y, con esto, ejercer las acciones definitivas para expulsarlo de la sociedad con base en el procedimiento judicial que habíamos comenzado en su contra y que se haría efectiva con la condena que acababa de recibir. Contesta casi de inmediato. ―¿Dime que lo conseguimos? Pregunta evidentemente a
Quince días después La observo dormir, nunca me canso de hacerlo. Tomo un mechón de su cabello entre mis dedos y lo llevo a mi nariz. Huele a flores campestres y frutas frescas del huerto. Le doy gracias a Dios por haberme mostrado la verdad y hacerme recapacitar en medio de mi error. No sé qué hubiera sido de mí, si pierdo a mi familia. Jamás me lo habría perdonado. Respiro, profundo. Mi mujer y mis hijos se han convertido en el motor que mueve mi universo, en la razón que justifica todas mis acciones. Cada decisión que tomo, lo hago en función a ellos, porque se han convertido en mi primera prioridad. Una vibración en el bolsillo de mi pantalón me obliga a salir de su habitación. La miro por última vez y me marcho de allí. ―Dime, Arévalo, ¿qué me tienes? ―pregunto con ansias―. ¿Cuánto conseguimos? Quince días atrás realicé el movimiento más decisivo para enterrar a Santiesteban a tres metros bajo tierra. Bueno, al menos literalmente. Tal como lo planeamos, mi encuentro con Georg
Siento el pecho comprimido y una furia que no se detendrá hasta que destruya a Santiesteban y todo su imperio. Escuchar de la boca de mi mujer lo que sufrió y padeció por culpa de ese desgraciado, me ha dejado con el alma rota. No paro de temblar de la rabia. ―¿Puedo retirarme? Estoy agotada ―la voz de mi mujer me hace salir de mi trance―. Me gustaría ir a descansar un rato. Fuerzo una sonrisa, porque no quiero que ella note lo mucho que me ha afectado lo que acaba de contarnos. ―Por supuesto, cariño ―me acerco a ella y la beso en la frente―. Te veré al rato. Una vez que abandona la habitación, dejo salir la furia que he estado conteniendo durante todo este tiempo. ―¡Maldito hijo de put4! ―apoyo las manos sobre el escritorio y respiro profundo. Me tomo algunos segundos para controlar la furia que siento. Me incorporo y me giro para hablarle a mi abogado y amigo―. ¿Crees que es suficiente con la confesión de mi mujer para hundir a Santiesteban? Me quito la americana y la arrojo so
A la mañana siguiente Observo lo magullado y rotos que están mis dedos. Duele como la mierd4, pero no me arrepiento ni un ápice de haberle dado una merecida paliza a ese miserable cobarde que se aprovechó de la inocencia de mi mujer para destrozarle la vida. ―¿A qué hora llega Arévalo? Abandono mi pensamiento y dirijo mi atención hacia mi padre. ―Debe estar por llegar. Suelto un bufido. ―¿Crees que Abigaíl esté lista para hacer esto? Respondo con un asentimiento de cabeza. ―Sí, papá, ella misma me lo pidió anoche ―no pude dormir después de lo que pasó. Pasé la noche vigilando sus sueños. Le doy gracias a Dios que el ataque no puso en riesgo su embarazo, pero juro que ese maldito me las va a pagar con creces. Ni siquiera tiene la más mínima idea del alcance de la furia de un Di Stéfano, mucho menos la de dos―. Abigaíl y yo, habíamos estado conversando sobre nosotros, definiendo el rumbo de nuestra relación, tratando de superar los obstáculos que se interponen en nuestra felicida
Me siento impaciente. Requiere de toda mi fuerza de voluntad mantenerme sentado en la silla de mi escritorio y seguir trabajando mientras espero a mi abogado. Cruzo los dedos para que hoy mismo pueda tachar un nuevo punto de mi lista de asuntos sin resolver. Uno de los que me tiene más intranquilo. Cinco minutos después, bufo resignado. Lanzo el bolígrafo sobre el escritorio y me froto la cara con las manos. No hay manera de que pueda concentrarme en el trabajo. Doy por terminada mi jornada laboral. Me levanto de la silla y recorro la habitación como león enjaulado. Me quito la corbata y desprendo algunos botones de mi camisa. Al cabo de algunos minutos, suena el teléfono fijo. En dos zancadas lo alcanzo y respondo la llamada. ―Señor, acaba de llegar su abogado, el doctor Rinaldi. ¡Por fin! ―Hazlo pasar de inmediato, Cora, y tómate el resto del día libre. Rodeo mi escritorio, ocupo mi silla y espero a que llegue. La puerta se abre y casi en el acto me siento emocionado al notar l
Último capítulo