Elevo la mirada y observo a la recepcionista.
―Volveré mañana, gracias.
Salgo de allí con un nuevo plan. Doblo la hoja y la guardo dentro de mi bolso. Llenarla, no es una opción para mí. ¿Qué harían una vez que se enteren que estuve en la cárcel? ¿Recibirme con bombos y platillos? No soy ilusa. Nadie me dará una oportunidad, incluso, si les digo que fui la primera en graduarme con honores como fisioterapeuta entre las veinte reclusas que decidimos invertir nuestro tiempo estudiando para convertirnos en profesionales. La sola mención de aquella palabra abre una enorme brecha con el resto de la sociedad. Llevamos tatuada una marca invisible que nos cataloga como material defectuoso.
Abandono el edificio y tomo el primer taxi que veo pasar. Subo y le indico al chófer la dirección a la que debe llevarme. A partir de ahora ya no hay vuelta atrás. Nada podrá detener mi determinación. Después de ver morir a una de las personas más cercanas y queridas, comprendí que la vida puede terminarse