La tensión en el aire era tan densa que podía cortarse con un cuchillo. Vecka caminaba de un lado a otro, descalza, en el lujoso pent-house de Xylos. Sus pasos resonaban sobre el suelo de mármol, y sus dedos nerviosos jugaban con mechones de su cabello rubio. El silencio era solo interrumpido por la voz firme del alfa, que hablaba por teléfono al otro extremo de la sala, Xylos estaba de pie junto a las amplias ventanas, su postura erguida, su mandíbula tensa y su expresión más severa que nunca. A pesar de su ceguera, proyectaba una presencia tan dominante que bastaba para imponer respeto incluso sin necesidad de verlo.
—Quiero a todos en mi casa en menos de dos horas —dijo con tono cortante—. El consejo completo, y también los líderes del clan vampírico. No habrá excusas.
Colgó el teléfono con un movimiento brusco. Durante unos segundos permaneció inmóvil, con los dedos apoyados en el borde de la mesa, hasta que el silencio se volvió insoportable, Vecka lo observaba, su respiración u