C22: A veces, amar es dejar ir. 

El eco de las puertas cerrándose fue lo último que se escuchó después de que el consejo se retiró. Todo el silencio que quedó en el pent-house de Xylos era espeso, casi tangible. Ni el aire parecía atreverse a moverse, Vecka permaneció de pie en medio del salón, con los labios entreabiertos, los ojos nublados y el corazón golpeando con fuerza bajo el pecho. Su respiración era errática, como si el aire se negara a entrar del todo a sus pulmones. Había pasado horas sosteniéndose con una calma aparente, conteniendo lágrimas y temblores frente a los vampiros y lobos del consejo, pero ahora que estaban solos, todo se derrumbaba.

—Vecka… —murmuró Xylos desde su sitio junto a la mesa.

Ella dio un paso atrás, negando con la cabeza.

—No puedo… —susurró, la voz quebrada—. No puedo quedarme quieta… no puedo respirar.

Su mirada iba de un rincón a otro, sin fijarse en nada. El pecho subía y bajaba demasiado rápido, Xylos dio un paso hacia ella, tanteando el aire hasta ubicarla por el sonido de
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