El eco de las puertas cerrándose fue lo último que se escuchó después de que el consejo se retiró. Todo el silencio que quedó en el pent-house de Xylos era espeso, casi tangible. Ni el aire parecía atreverse a moverse, Vecka permaneció de pie en medio del salón, con los labios entreabiertos, los ojos nublados y el corazón golpeando con fuerza bajo el pecho. Su respiración era errática, como si el aire se negara a entrar del todo a sus pulmones. Había pasado horas sosteniéndose con una calma aparente, conteniendo lágrimas y temblores frente a los vampiros y lobos del consejo, pero ahora que estaban solos, todo se derrumbaba.
—Vecka… —murmuró Xylos desde su sitio junto a la mesa.
Ella dio un paso atrás, negando con la cabeza.
—No puedo… —susurró, la voz quebrada—. No puedo quedarme quieta… no puedo respirar.
Su mirada iba de un rincón a otro, sin fijarse en nada. El pecho subía y bajaba demasiado rápido, Xylos dio un paso hacia ella, tanteando el aire hasta ubicarla por el sonido de