Mundo ficciónIniciar sesiónEn un mundo gobernado por la ley de los lobos, el alfa domina sin compartir. Damon, un alfa temible y sediento de sangre, reina sobre su territorio con una picadura de hierro, poder y violencia en una compleja red de mafia y traiciones. Alabanza y fría, nunca dejó que la debilidad interfiera en su vida ... hasta que se encuentra con la mirada de Alina, una joven frágil Omega y marcada por el miedo. Alina es una presa fácil en este mundo brutal. Débil, silencioso y sumiso, aprendió a sobrevivir mientras se quedaba en las sombras. Pero cuando Damon la salva de un tráfico orquestado por un paquete rival, inmediatamente siente el enlace que los une, profundo e innegable. Sin embargo, Damon se niega a ser dominado por esta conexión. Es un alfa, y se supone que Omegas son juguetes para divertirse, no debilidad. Pero Alina no es solo una simple omega. Detrás de su fragilidad esconde una fuerza insospechada, capaz de sacudir las certezas de Damon y revivir una humanidad que él creía extinta. Si bien la guerra entre los clanes se está intensificando y los enemigos se están acercando, Damon tendrá que enfrentar una opción imposible: proteger su poder y su imperio, o aceptar el amor devorador y peligroso que siente por Alina, incluso si eso significa romper todas las reglas del mundo de los lobos. En un universo donde la lealtad es un juego mortal y donde el amor es debilidad, Alpha y su omega tendrán que aprender a sobrevivir juntos ... o perecer solo.
Leer másCapítulo 1 – La Presa
Alina
El bosque parece querer tragarme por completo. Cada paso es una agonía; mis pies desnudos se cortan en las piedras, mis piernas golpeadas ceden bajo la fatiga. El aire helado se infiltra bajo mi vestido desgarrado, mordiendo mi piel en llamas. No soy más que un animal acorralado, jadeante, desesperado.
Corro hacia una frontera invisible, una última esperanza ilusoria. El viento azota mis mejillas empapadas de lágrimas y sudor. Cada respiración es un gemido. Mis fuerzas me abandonan, una a una.
Detrás de mí, se acercan. Sombras. Lobos. Mi propia manada, convertida en manada de caza.
A sus ojos, no soy más que una ofrenda sacrificial. Un trozo de carne débil, abandonado a la crueldad de aquel a quien todos temen.
Damon.
Su nombre resuena en mi cabeza como un látigo.
Un alfa implacable, más bestia que lobo, que ha forjado un imperio en el miedo y la sangre. Se dice que se alimenta de la debilidad, que la devora y escupe lo que no es digno de él. Y ahora, soy yo a quien reclama.
Un aullido destroza la noche, largo y siniestro. Mi corazón explota en mi pecho.
Me han localizado.
Acelero a pesar de la quemadura que desgarra mis músculos, a pesar del dolor que me taladra las piernas. Pero el olor del lobo ya está sobre mí. Abrumador. Irreversible.
El suelo tiembla bajo mis pies desnudos. Un aliento rasposo rompe el silencio detrás de mí.
Demasiado tarde.
Una masa surge de la sombra. Una pata garras me roza la pierna. Grito, me lanzo de lado, ruedo en el barro helado. Mi vestido se rasga un poco más, pegándose a mi piel, manchada de sangre y tierra.
Me levanto a medias, jadeante, justo a tiempo para verlo.
Un lobo gigantesco, con pelaje negro como la tinta, se erige frente a mí. Sus ojos dorados son dos brasas amarillas, brillando con una rabia sorda y un deseo primitivo.
Un gruñido profundo hace vibrar la tierra. Retrocedo sobre los codos, aterrorizada.
Lentamente, cruelmente, comienza a transformarse.
Su carne se retuerce, sus huesos crujen. Su hocico se retrae, sus patas se convierten en manos, en brazos. No es un hombre quien emerge. Es una bestia envuelta en una piel humana.
Damon.
Desnudo. Implacable. Magnífico en una brutalidad cruda.
Su mirada me devora sin pudor. Sus músculos se mueven bajo su piel tensa. Cada cicatriz que marca su torso es una promesa: la de dolor, de dominación.
Un hilo de baba brilla en sus colmillos aún visibles. Su olor —cuero, fuego, sangre— me envuelve como una segunda piel.
Me encojo instintivamente, bajando la cara, intentando desaparecer.
Un silencio denso se abate. Luego:
— Levántate.
Su voz es una orden brusca, un choque en el aire helado.
Permanezco paralizada, temblando.
Un gruñido feroz vibra en su garganta. En dos zancadas, está sobre mí. Su mano se hunde brutalmente en mi cabello, arrancándome un grito ahogado.
Tira, obligándome a levantar la cabeza. El dolor me desgarrama, mis labios se aprietan para no gemir.
Su rostro está justo contra el mío. Su aliento ardiente salpica mi piel helada.
— Te dejé correr para romperte mejor.
Sus dedos deslizan lentamente por mi garganta expuesta, deteniéndose en mi pulso agitado. Su pulgar presiona bajo mi mentón, obligándome a mirarlo.
Me ahogo.
— ¿Por qué no me dejaste morir? logro susurrar.
Una mueca deforma sus labios.
— Porque me gusta ver el miedo en tus ojos.
Su mirada me desgarra. Su mano baja lentamente, rozando el nacimiento de mi pecho, la curva de mis costillas.
Tiemble a pesar de mí, cada nervio tenso al máximo.
— Porque tu cuerpo ya me suplica.
Sus palabras son cadenas invisibles.
Me aplasta contra él sin suavidad. Su tórax ardiente aplasta mi pecho golpeado, y siento todo de él. La dureza brutal de su sexo contra mi vientre. La tensión de su abdomen plano. El calor sofocante de su piel desnuda.
Mi vientre se retuerce de miedo y de una excitación que me niego a nombrar.
— Te voy a enseñar, pequeña cosa.
Sus labios rozan mi sien, bajan lentamente hacia mi oído, rozándolo con su lengua.
— Te voy a romper. Te voy a adiestrar. Te voy a marcar hasta que no puedas respirar sin mí.
Sus dedos descienden por mi columna, posesivos, intrusivos. Agarra mi cadera con una fuerza que me hace gemir.
Todo mi cuerpo se tensa ante el impacto del contacto. Un escalofrío violento me recorre.
Cierro los ojos, avergonzada por la sangre ardiente que pulsa entre mis muslos.
Él ríe suavemente, un sonido bajo y cruel.
— Tu cuerpo ya lo ha entendido, aunque tu cabeza aún se niega.
De repente, me suelta. Me desplomo sobre el suelo fangoso, ahogando un sollozo.
El barro helado se pega a mi piel desnuda, a mis muslos empapados. La noche se envuelve a mi alrededor como un sudario.
Damon se agacha frente a mí, dominándome con toda su masa.
Pasa un dedo sucio de tierra por mi mejilla, lentamente.
— Mírate. Su voz es baja, vibrante de un placer cruel. — Sucio, sumisa, rota. Y eres magnífica así.
Cierro los ojos, la vergüenza me ahoga. Pero otro fuego, aún más obsceno, fluye lentamente por mis venas.
— Eres mía, Alina.
Su voz es la mordida de una hoja sobre mi piel desnuda.
Y a pesar de mí, a pesar del terror visceral, un calor vergonzoso se expande entre mis muslos.
Estoy perdida. Perdida entre el deseo de morder y el de gemir. Entre el instinto de huir y el llamado obsceno de la sumisión.
Perdida en él.
AlinaEl sol se levanta suavemente, y siento la luz rozar mi piel.Ella atraviesa las cortinas, se desliza hasta mi rostro, y abro los ojos apenas, dejando que el mundo entre en fragmentos.Damon todavía duerme a mi lado, su respiración regular contra mi nuca.Paso una mano sobre su pecho, suavemente, como para verificar que está ahí, que no desaparecerá en el tumulto que nos espera.Mis dedos se deslizan hasta su vientre.Siento el leve temblor, tímido, pero real.Un latido que no me pertenece del todo y, sin embargo, ahora es parte de nosotros.Me giro ligeramente para mirarlo.Está en paz, los rasgos relajados, pero leo en su mirada cerrada la vigilancia, el miedo, el amor al mismo tiempo.Sonrío, una sonrisa tierna, porque sé que todavía se preocupa.Por mí. Por él. Por lo que crece en mí.Me acurruco un poco más contra él, mis brazos alrededor de su torso, y siento el calor de su cuerpo que me ancla, que me tranquiliza.— Estaremos listos, murmura.Cierro los ojos y creo en sus p
DamonLa chambre est silencieuse.Ou plutôt… le silence y est différent.Pas celui lourd et tendu du Conseil, ni celui saturé de présages dans les rues.Celui-ci est tiède, presque liquide, comme une eau calme qui nous enveloppe, nous sépare du reste du monde pour quelques heures encore.La lampe diffuse une lumière douce, vacillante.Elle caresse les murs d’une lueur ambrée et découpe sur la peau d’Alina des reflets mouvants qui jouent sur ses épaules, le long de sa nuque.Elle est allongée contre moi, la tête nichée dans le creux de mon épaule.Ses doigts dessinent de lents cercles sur mon torse, des gestes minuscules mais essentiels, comme s’ils tenaient en place les morceaux de moi qui risqueraient de se détacher.Chaque tracé semble murmurer reste ici, comme si elle craignait que je disparaisse dans le tumulte qui nous attend.Je la regarde.Pas seulement elle nous.Nous trois.Ma main glisse jusqu’à son ventre.Sous mes doigts, ce léger arrondi que je commence à connaître mais q
DamonNo salimos de la sala desde ese momento. Pero afuera, el mundo ya comienza a respondernos.Lo siento primero en la piedra. Un leve estremecimiento, casi un suspiro. Bajo mis pies, una vibración tenue, regular, como el latido de un corazón lejano que poco a poco busca su ritmo. Sube por mis piernas, se detiene en mi pecho y luego se pierde en mi garganta. Echo un vistazo a mi alrededor: nadie reacciona. Quizás no sienten nada. O tal vez se niegan a creerlo.Yssandra vuelve a sentarse. Su cuerpo parece inmóvil, pero sus ojos están fijos en un punto invisible, en algún lugar más allá de las paredes. Kelor se acerca a otros dos Maestros. Hablan tan bajo que apenas se mueven sus labios, inclinados el uno hacia el otro como si compartieran un secreto ardiente que podría consumir todo lo que lo escucha.El tiempo se distiende. Solo queda el silencio, ese silencio denso que se adhiere a las pieles.Entonces, de repente, la gran puerta se abre con un chirrido demasiado fuerte. Un soplo f
Damon El silencio que sigue a la luz no está vacío. Tiene una textura, un peso. Se instala en la sala como una marea que sube, se desliza bajo las puertas y llena cada espacio, hasta ahogar nuestras respiraciones. Nadie habla. Nadie se atreve a moverse. Es como si nuestros cuerpos hubieran entendido, incluso antes que nuestra mente, que romper este silencio sería un sacrilegio. Veo a los Ancianos levantar la cabeza lentamente, muy lentamente, como viajeros que salen de una caverna para ver un cielo desconocido. Algunos parpadean, como para ahuyentar un deslumbramiento que ya no tiene lugar. Otros permanecen fijos, petrificados por lo que han visto. El Maestro Kelor sigue de rodillas. Sus manos tiemblan. No hay miedo. Ni siquiera emoción. No… hay reconocimiento. El reconocimiento puro, crudo, de aquel que sabe ser testigo de un instante que nunca se volverá a repetir. Luego, en el círculo, otra voz se eleva. Una voz tan antigua que parece provenir de más l
DamonLa sala del Consejo es más vasta de lo que recuerdo. Quizás soy yo quien ha cambiado. O tal vez, lo que me acompaña hoy hace que cada piedra se sienta más grande, cada suspiro más pesado.Las paredes circulares se elevan alto, hasta los vitrales incrustados con antiguos motivos, dejando entrar una luz pálida y fría. En el centro, el suelo de mármol pulido brilla como un agua inmóvil, y todo alrededor, las gradas de piedra acogen a los Ancianos. Vestidos con capas de colores profundos: rojo oscuro, azul noche, oro apagado, nos siguen con la mirada con una atención aguda.No son hombres y mujeres ordinarios. Cada uno de ellos lleva en sus rasgos el peso de años de decisiones irreversibles, de pactos y juramentos. Y, sin embargo, hoy, siento... una inquietud que se esfuerzan por ocultar.Alina camina a mi lado. No es ella quien avanza, no realmente. Sus pasos son guiados por algo más vasto, más antiguo que ella. Está aquí, pero también está en otro lugar, como si su conciencia f
DamonNo hablamos. No es un silencio ordinario, no el que a veces se instala entre dos seres cansados o concentrados. Es un silencio que pesa, que se dilata, que se insinúa hasta nuestras respiraciones. Más pesado que cualquier frase, más vasto que la habitación en la que nos encontramos.Alina mantiene la mirada fija en la línea oscura en el horizonte. La observa como si el más mínimo parpadeo pudiera disolverla. Yo, aún no la miro. Prefiero escuchar. Escucho la respiración de Alina, y escucho otra cosa, detrás, debajo: ese latido que persiste en el aire. Un ritmo extraño. No es el suyo, no es el mío. Un pulso venido de otro lugar, que se ha aferrado a nosotros durante la noche como una sombra que se niega a soltar a quien camina bajo el sol.— No has dormido desde hace tiempo, digo suavemente.Ella asiente, sin desviar la mirada. — No me he atrevido a cerrar los párpados. — ¿Por miedo? Un largo silencio. Luego: — Por certeza.Sé lo que quiere decir. El Reino nos ha toc
Último capítulo