Damon
Estoy en mi oficina, sentado detrás del gran escritorio de caoba, con las manos juntas bajo mi mentón. El silencio de la habitación es casi ensordecedor, únicamente perturbado por el tictac regular del reloj colgado en la pared. Mi mirada está fija en el expediente abierto frente a mí: fotos, informes, nombres. Enemigos. Amenazas potenciales.
Debería concentrarme. Hay asuntos que resolver, alianzas que proteger, territorios que defender. Pero mi mente está en otro lugar. Atrapada en el recuerdo del sabor de los labios de Alina, del escalofrío de su piel bajo mis manos, del calor de su aliento contra mi garganta.
Gruño, cerrando el expediente con un gesto brusco. Una sombra pasa frente a la puerta. Un golpe discreto resuena.
— Entra.
La puerta se abre y aparece Caël, con su expresión severa. Se mantiene erguido, como siempre, su mirada metálica sondeando la habitación antes de posar sus ojos en mí.
— Tenemos un problema, dice con un tono neutro.
Me levanto lentamente.
— ¿Cuál?
—