El omega y su alfa sanguinario
El omega y su alfa sanguinario
Por: Diosa autora
Capítulo 1 - La presa

Capítulo 1 – La Presa

Alina

El bosque parece querer tragarme por completo. Cada paso es una agonía; mis pies desnudos se cortan en las piedras, mis piernas golpeadas ceden bajo la fatiga. El aire helado se infiltra bajo mi vestido desgarrado, mordiendo mi piel en llamas. No soy más que un animal acorralado, jadeante, desesperado.

Corro hacia una frontera invisible, una última esperanza ilusoria. El viento azota mis mejillas empapadas de lágrimas y sudor. Cada respiración es un gemido. Mis fuerzas me abandonan, una a una.

Detrás de mí, se acercan. Sombras. Lobos. Mi propia manada, convertida en manada de caza.

A sus ojos, no soy más que una ofrenda sacrificial. Un trozo de carne débil, abandonado a la crueldad de aquel a quien todos temen.

Damon.

Su nombre resuena en mi cabeza como un látigo.

Un alfa implacable, más bestia que lobo, que ha forjado un imperio en el miedo y la sangre. Se dice que se alimenta de la debilidad, que la devora y escupe lo que no es digno de él. Y ahora, soy yo a quien reclama.

Un aullido destroza la noche, largo y siniestro. Mi corazón explota en mi pecho.

Me han localizado.

Acelero a pesar de la quemadura que desgarra mis músculos, a pesar del dolor que me taladra las piernas. Pero el olor del lobo ya está sobre mí. Abrumador. Irreversible.

El suelo tiembla bajo mis pies desnudos. Un aliento rasposo rompe el silencio detrás de mí.

Demasiado tarde.

Una masa surge de la sombra. Una pata garras me roza la pierna. Grito, me lanzo de lado, ruedo en el barro helado. Mi vestido se rasga un poco más, pegándose a mi piel, manchada de sangre y tierra.

Me levanto a medias, jadeante, justo a tiempo para verlo.

Un lobo gigantesco, con pelaje negro como la tinta, se erige frente a mí. Sus ojos dorados son dos brasas amarillas, brillando con una rabia sorda y un deseo primitivo.

Un gruñido profundo hace vibrar la tierra. Retrocedo sobre los codos, aterrorizada.

Lentamente, cruelmente, comienza a transformarse.

Su carne se retuerce, sus huesos crujen. Su hocico se retrae, sus patas se convierten en manos, en brazos. No es un hombre quien emerge. Es una bestia envuelta en una piel humana.

Damon.

Desnudo. Implacable. Magnífico en una brutalidad cruda.

Su mirada me devora sin pudor. Sus músculos se mueven bajo su piel tensa. Cada cicatriz que marca su torso es una promesa: la de dolor, de dominación.

Un hilo de baba brilla en sus colmillos aún visibles. Su olor —cuero, fuego, sangre— me envuelve como una segunda piel.

Me encojo instintivamente, bajando la cara, intentando desaparecer.

Un silencio denso se abate. Luego:

— Levántate.

Su voz es una orden brusca, un choque en el aire helado.

Permanezco paralizada, temblando.

Un gruñido feroz vibra en su garganta. En dos zancadas, está sobre mí. Su mano se hunde brutalmente en mi cabello, arrancándome un grito ahogado.

Tira, obligándome a levantar la cabeza. El dolor me desgarrama, mis labios se aprietan para no gemir.

Su rostro está justo contra el mío. Su aliento ardiente salpica mi piel helada.

— Te dejé correr para romperte mejor.

Sus dedos deslizan lentamente por mi garganta expuesta, deteniéndose en mi pulso agitado. Su pulgar presiona bajo mi mentón, obligándome a mirarlo.

Me ahogo.

— ¿Por qué no me dejaste morir? logro susurrar.

Una mueca deforma sus labios.

— Porque me gusta ver el miedo en tus ojos.

Su mirada me desgarra. Su mano baja lentamente, rozando el nacimiento de mi pecho, la curva de mis costillas.

Tiemble a pesar de mí, cada nervio tenso al máximo.

— Porque tu cuerpo ya me suplica.

Sus palabras son cadenas invisibles.

Me aplasta contra él sin suavidad. Su tórax ardiente aplasta mi pecho golpeado, y siento todo de él. La dureza brutal de su sexo contra mi vientre. La tensión de su abdomen plano. El calor sofocante de su piel desnuda.

Mi vientre se retuerce de miedo y de una excitación que me niego a nombrar.

— Te voy a enseñar, pequeña cosa.

Sus labios rozan mi sien, bajan lentamente hacia mi oído, rozándolo con su lengua.

— Te voy a romper. Te voy a adiestrar. Te voy a marcar hasta que no puedas respirar sin mí.

Sus dedos descienden por mi columna, posesivos, intrusivos. Agarra mi cadera con una fuerza que me hace gemir.

Todo mi cuerpo se tensa ante el impacto del contacto. Un escalofrío violento me recorre.

Cierro los ojos, avergonzada por la sangre ardiente que pulsa entre mis muslos.

Él ríe suavemente, un sonido bajo y cruel.

— Tu cuerpo ya lo ha entendido, aunque tu cabeza aún se niega.

De repente, me suelta. Me desplomo sobre el suelo fangoso, ahogando un sollozo.

El barro helado se pega a mi piel desnuda, a mis muslos empapados. La noche se envuelve a mi alrededor como un sudario.

Damon se agacha frente a mí, dominándome con toda su masa.

Pasa un dedo sucio de tierra por mi mejilla, lentamente.

— Mírate. Su voz es baja, vibrante de un placer cruel. — Sucio, sumisa, rota. Y eres magnífica así.

Cierro los ojos, la vergüenza me ahoga. Pero otro fuego, aún más obsceno, fluye lentamente por mis venas.

— Eres mía, Alina.

Su voz es la mordida de una hoja sobre mi piel desnuda.

Y a pesar de mí, a pesar del terror visceral, un calor vergonzoso se expande entre mis muslos.

Estoy perdida. Perdida entre el deseo de morder y el de gemir. Entre el instinto de huir y el llamado obsceno de la sumisión.

Perdida en él.

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