GIULIA
El vendaje me apretaba el brazo, pero no podía quejarme. Había cosas más importantes que mi dolor. Ayudé a Isabella a ponerse su vestido celeste, sus rizos sueltos caían sobre los hombros y su sonrisa era la más pura que había visto en días.
—¿Me veo como una princesa? —preguntó, girando frente al espejo.
—Eres mi princesa —le respondí con una sonrisa débil.
Ella miró mi brazo y frunció el ceño.
—¿Qué te pasó ahí?
—Nada grave, mi amor. Solo un accidente en la cocina —mentí, acariciando su mejilla. No podía contarle que casi me matan.
Hoy era el día de la boda de Fiorella. Pese a todo lo ocurrido —la humillación, el escándalo, la sangre—, el matrimonio seguía en pie. Así funcionaba este mundo, los sentimientos no tenían espacio cuando se trataba de poder.
—Espérame aquí, iré al baño a cambiarme el vendaje —le pedí.
Cuando regresé, el corazón se me detuvo. Isabella ya no estaba sola. Dante estaba con ella, agachado a su altura, sonriéndole con una ternura que no solía mostrar