No supe cuánto tiempo estuve mirándolo sin decir una sola palabra. Las palabras simplemente se evaporaron de mi mente cuando escuché su voz grave, firme y decidida decirlo.
—Cásate conmigo.
Al principio creí que lo había imaginado. Que quizás mi mente, confundida por la fiebre del dolor y la conmoción, había creado una ilusión cruel. Pero cuando lo miré a los ojos, supe que no era un malentendido.
Dante Moretti estaba pidiéndome matrimonio.
Me quedé muda. Sentí el aire hacerse espeso, como si el mundo entero se hubiera detenido. Mi corazón latía con fuerza, a un ritmo caótico que no podía controlar.
 —¿Es… es una broma, Dante? —pregunté con voz débil, apenas un susurro.
Su mirada se clavó en mí, tan seria que me heló la sangre.
 —No lo es —respondió con total seguridad—. Lo digo en serio, Giulia. Quiero casarme contigo.
Tuve que apartar la vista. Había algo tan intenso en su tono, tan absoluto, que me sentí acorralada por su deseo. Él, el hombre que había sido mi enemigo, mi amante, m