Giulia yace frente a mí, dormida, o tal vez perdida entre el cansancio y el dolor. La bata blanca que Fiorella le puso apenas cubre su piel pálida. Su respiración es débil, pero constante. La observo con los brazos cruzados, tratando de mantener la calma, aunque por dentro me quemo vivo.
Todo lo que pasó aún me da vueltas en la cabeza: el bosque, los gritos, el acantilado, el disparo… y verla desplomarse entre mis brazos. Pensé que la perdía.
Marco se apoya en el marco de la puerta, con el ceño fruncido. —¿Nada todavía?
—Nada —respondo, sin apartar la vista de ella—. Parece que no quiere despertar.
Me inclino un poco, reviso el vendaje en su brazo. Está limpio, sin señales de infección. Acaricio con los dedos la tela blanca que cubre la herida, cuidando no tocarla más de lo necesario.
Marco suspira. —Fernando sigue buscándola. Su gente ya recorrió media ciudad.
—Que busque —le digo con frialdad—. No la va a encontrar.
—También está preocupado por Isabella —añade—. Dice que podría usar