GIULIA
El dolor en el brazo me quemaba como si me hubieran metido la mano en un brasero. Sentía la sangre caliente recorrer mi piel y el mundo giraba, una y otra vez, como si estuviera suspendida entre el sueño y la realidad. Todo era ruido: voces lejanas, pasos, luces borrosas que no acertaban a formar figuras. Apenas escuchaba, hasta que una voz grave, cercana, logró atravesar el caos.
—Giulia, mírame… respira, ¿me escuchas? —era Dante.
Su voz me llamó como un ancla. Noté cómo me levantaban del suelo con fuerza, pero con cuidado a la vez; mi cabeza cayó contra su pecho, húmeda, tibia. Olía a vino, a pólvora, a algo más antiguo y necesario. Intenté hablar, pero solo salió un gemido. A lo lejos, como en una película con el volumen bajado, vi a dos hombres sujetando a la esposa de Iván; ella gritaba y pataleaba, fuera de sí. La escena me rozó como una corriente fría y luego se desvaneció.
—Tranquila, Giulia, ya estás a salvo —murmuró Dante, mientras caminaba rápido hacia la casa.
El c