El auto avanzaba lentamente por el largo camino que conducía a la mansión Moretti. A través de la ventana, veía cómo el paisaje cambiaba: los árboles que alguna vez ocultaron tanto dolor ahora eran testigos de un nuevo comienzo. Dante iba conduciendo, concentrado, pero con esa expresión de calma que solo mostraba cuando estaba verdaderamente en paz.
Isabella iba en el asiento trasero, con la cara pegada al vidrio.
 —¡Mamá, mira! —dijo con asombro—. ¡Parece un castillo!
Dante sonrió sin apartar la vista del camino.
 —Y lo es, pequeña. Desde ahora será nuestro castillo.
Yo me quedé sin palabras. La última vez que pisé esa mansión juré que nunca volvería. Fue mi prisión, mi infierno… pero también el lugar donde comenzó todo. Y ahora, ese mismo sitio iba a convertirse en mi hogar.
Cuando los autos se detuvieron frente a la entrada principal, bajé lentamente. Todo el clan Moretti estaba ahí. Hombres que habían seguido a Dante durante años, algunos con cicatrices, otros con miradas firmes d