GIULIA
El sonido de la música llegaba hasta la cocina como un martilleo constante, un recordatorio de que ahí afuera había un espectáculo que no me interesaba presenciar. El olor a alcohol y perfume caro se filtraba por cada rincón de la casa, incluso en este espacio que yo había tratado de mantener mío.
Pasé un trapo húmedo por la mesa, asegurándome de que no quedara ni una mancha, y luego me lavé las manos en el fregadero. Me quité el delantal y lo colgué en su lugar. Esa mínima libertad —ya no usar el uniforme que Aurora me había impuesto— era una victoria diminuta, pero la atesoraba.
Ahora debía cruzar el salón y llegar a mi nueva habitación en el segundo piso, Isabella estaba con Fiorella y yo solo anhelaba llegar a dormir.
La puerta se abrió de golpe y entró Ian, con un vaso de whisky en la mano, el líquido ámbar reflejando la luz. Su sonrisa era demasiado confiada, demasiado peligrosa.
—Te están esperando en la fiesta, bella —dijo, apoyándose en el marco de la puerta.
Me gir